Debate

Primera Carta. La primera etapa de la primera revolución. V. Lenin

Hoy se publicó en Pravda una "Carta desde lejos" del dirigente Bolchevique V. Lenin, que escribió en Suiza.

N. Lenin

La primera revolución engendrada por la guerra imperialista mundial ha estallado. Seguramente esta primera revolución no será la última.

La primera etapa de esta primera revolución, concretamente la rusa del 1 de marzo de 1917, ha terminado, a juzgar por los escasos datos de que se dispone en Suiza. Seguramente, esta primera etapa no será la última de nuestra revolución.

¿Cómo ha podido producirse el “milagro” de que sólo en ocho días –según ha afirmado el señor Miliukov en su jactancioso telegrama a todos los representantes de Rusia en el extranjero- se haya desmoronado una monarquía que se había mantenido a lo largo de siglos y que se mantuvo, pese a todo, durante tres años -1905-1917- de gigantescas batallas de clases en las que participó todo el pueblo?
Ni en la naturaleza ni en la historia se producen milagros, pero todo viraje brusco de la historia, incluida cualquiera revolución, ofrece un contenido tan rico, desarrolla combinaciones tan inesperadas y originales de formas de lucha y de correlación de las fuerzas en pugna, que muchas cosas pueden parecer milagrosas a la mente del filisteo.

Para que la monarquía zarista pudiera desmoronarse en unos días, fue precisa la conjugación de varias condiciones de importancia histórica para el mundo entero. Indiquemos las principales.

Sin los tres años de formidable batallas de clases, sin la energía revolucionaria desplegada por el proletariado ruso en 1905-1907, hubiera sido imposible una segunda revolución tan rápida, en el sentido de que ha culminado su etapa inicial en unos cuantos días. La primera revolución (1905) removió profundamente el terreno, arrancó de raíz prejuicios seculares, despertó a la vida política y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, mostró a cada clase y al mundo entero el verdadero carácter de todas las clases (y todos los principales partidos) de la sociedad rusa, la verdadera correlación de sus intereses, de sus fuerzas, de sus medios de acción, de sus objetivos inmediatos y lejanos. La primera revolución y la época de contrarrevolución que la siguió (1907-1914) pusieron al descubierto la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, llevaron ésta a su “último extremo”, revelaron toda su putrefacción, toda la ignominia, todo el cinismo y todo el libertinaje de la banda zarista con el monstruo de Rasputin a la cabeza; revelaron toda la ferocidad de la familia de los Románov –esos pogromistas que anegaron a Rusia en sangre de judíos, de obreros, de revolucionarios-, esos terratenientes, “los primeros entre sus iguales”, poseedores de millones de desiatinas de tierra, dispuestos a arruinar y estrangular a cuantos ciudadanos fuera preciso para resguardar la “propiedad sacrosanta” suya y de su clase.

Sin revolución de 1905-1907, sin la contrarrevolución de 1907-1914, habría sido imposible una “autodeterminación” tan precisa de todas las clases del pueblo ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, la definición de la actitud de esas clases –de unas hacia las otras y de cada una de ellas hacia la monarquía zarista- que se reveló durante los ocho días de la revolución de febrero-marzo de 1917. Esta revolución de ocho días fue “representada”, si puede permitirse la metáfora, como si se hubiera procedido con anterioridad a unos diez ensayos parciales y generales; los “actores” se conocían, sabían sus papeles, sus puestos, conocían todo el decorado a lo largo y ancho, en todos sus detalles, conocían hasta los menores matices de las tendencias políticas y de las formas de acción.

Pero para que la primera, la gran revolución de 1905, condenada como “una gran rebelión” por los señores Guchkov, Miliukov y sus acólitos, condujera a los doce años a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los Guchkov y los Miliukov declaran “gloriosa” porque les ha dado (por el momento) el Poder, se precisaba, además, un “director de escena” grande, vigoroso, omnipotente, capaz, por una parte, de acelerar extraordinariamente la marcha de la histeria universal y, por otra, de engendrar crisis mundiales económicas, políticas, nacionales e internacionales de una fuerza inusitada. Aparte de una aceleración extraordinaria de la histeria universal, se precisaban virajes particularmente bruscos de éstas para que en uno de ellos pudiera volcar, de golpe, la carreta sangrienta y enlodada de la monarquía de los Románov.

Este “director de escena” omnipotente, este acelerador vigoroso ha sido la guerra imperialista mundial.

Hoy ya no cabe duda que la guerra es mundial, pues los Estado Unidos y China están ya participando a medias en ella, y mañana lo harán totalmente.
Hoy ya no cabe duda que la guerra es imperialista por ambas partes. Sólo los capitalistas y sus secuaces, los socialpatriotas y los socialchovinistas o, aplicando en lugar de definiciones críticas generales nombres de políticos bien conocidos en Rusia, sólo los Guchkov y los Lvov, los Miliukov y los Shingariov, de un lado, y los Gvózdiev, los Potrésov, los Chjenkeli, los Kerenski y los Chjeídze, de otro, pueden negar o escamotear este hecho. Tanto la burguesía alemana como la burguesía anglo-francesa hacen la guerra para despojar a otros países, para estrangular a los pequeños pueblos, para establecer su dominación financiera en el mundo, para proceder al reparto y redistribución de las colonias, para salvar, engañando y dividiendo a los obreros de los distintos países, el agonizante régimen capitalista.
La guerra imperialista debía –ellos era objetivamente inevitable- ecelerar extraordinariamente y recrudecer de manera inusitada la lucha de la clase del proletariado contra la burguesía, debía transformarse en una guerra civil entre las clases enemigas.

Esta transformación ha comenzado con la revolución de febrero-marzo de 1917, cuya primera etapa os ha mostrado, en primer lugar, el golpe conjunto asestado al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y terrateniente con todo sus acólitos inconscientes, los embajadores y capitalistas anglo-franceses, por una parte, y, por otra, el Soviet de diputados obreros, que ha empezado a ganarse a los diputados soldados y campesinos.

Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas fundamentales son: 1)la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes feudales, cabeza de la vieja burocracia y del generalato; 2) la Rusia burguesa y terrateniente de los octubristas y los demócratas constitucionalistas, detrás de la cual se arrastraba la pequeña burguesía (cuyos representantes más señalados son Kerenski y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados obreros, que trata de hacer aliados suyos a todo el proletariado y a las masas de todos los sectores pobres de la población; estas tres fuerzas políticas fundamentales se han revelado con plena claridad, incluso en los ocho días de la “primera etapa”, incluso para un observador obligado a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos extranjeros y tan alejado de los sucesos como lo está quien escribe estas líneas.

Pero antes de desarrollar esta idea, debo volver a la parte de mi carta consagrada al factor de mayor importancia: la guerra imperialista mundial.
La guerra ha ligado entre sí con cadenas de hierro a las potencias beligerantes, a los grupos beligerantes de capitalistas, a los “amos” del régimen capitalista, a los esclavistas de la esclavitud capitalista. Un amasijo sanguinolento: he ahí lo que es la vida social y política del momento histórico que vivimos.

Los socialistas que se pasaron al campo de la burguesía en el comienzo de la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, los Plejánov, Potresóv, Grózdiev y Cía. en Rusia, vociferaron largamente y a grito pelado contra las “ilusiones” del Manifiesto de Basilea, contra el “sueño-farsa” de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Ensalzaron en todos los tonos la fuerza, el vigor, a facultad de adaptación revelada, según ellos, por el capitalismo; ¡ellos, que han ayudado a los capitalistas a “adaptar”, domesticar, engañar y dividir a la clase obrera de los distintos países!

Pero “quien ríe el último de mejor”. La burguesía no consiguió aplazar por largo tiempo la crisis revolucionaria gestada por la guerra. Esta crisis se agrava con una fuerza irresistible en todos los países, empezando por Alemania, que sufre ahora, según la expresión de un observador que la ha visitado recientemente, “un hambre genialmente organizada”, y terminado con Inglaterra y Francia, donde el hambre se acerca también y donde la organización es mucho menos “genial”.

Es natural que la crisis revolucionaria estallara antes que en otras partes en la Rusia zarista, donde la desorganización era la más monstruosa y el proletariado el más revolucionario (no debido a sus cualidades singulares, sino a las tradiciones, aún vivas, del “año cinco”). Aceleraron esta crisis las durísimas derrotas sufridas por Rusia y sus aliados. Estas derrotas sacudieron todo el viejo mecanismo gubernamental y todo el viejo orden de cosas, enfurecieron contra él a todas las clases de la población, exasperaron al ejército, exterminaron a muchísimos de los viejos mandos, salidos de una nobleza fósil y, particularmente, de una burocracia podrida, y los reemplazaron con elementos jóvenes, frescos, principalmente burgueses, “raznochintsi” pequeñoburgueses. Los lacayos descarados de la burguesía o los hombres simplemente faltos de carácter que clamaban y vociferaban contra el “derrotismo” se ven hoy ante el hecho de la ligazón histórica entre la derrota de la monarquía zarista, la más atrasada y bárbara, y el comienzo del incendio revolucionario.

Pero si las derrotas al empezar la guerra desempeñaron el papel de un factor negativo, que aceleró la explosión, el vínculo entre el capital financiero anglo-francés, el imperialismo anglo-francés y el capital octubrista y democonstitucionalista de Rusia ha sido el factor que ha acelarado esta crisis mediante la organización directa de un complot contra Nicolás Románov.

Por razones bien comprensibles, la prensa anglo-francesa silencia este aspecto, extraordinariamente importante, de la cuestión, mientras que la prensa alemana lo subraya con maligna alegría. Nosotros, marxistas, debemos mirar la verdad cara a cara, serenamente, sin dejarnos desconcertar por la mentira, la mentira oficial, diplomática y dulzarrona de los diplomáticos y de los ministros del primer grupo beligerante de imperialistas, ni por los guiños y las risas burlonas de sus competidores financieros y militares del otro grupo beligerantes. Todo el curso de los acontecimientos en la revolución de febrero-marzo muestra claramente que las embajadas inglesa y francesa, con sus agentes y sus “relaciones”, que llevaban mucho tiempo haciendo los esfuerzos más desesperados para impedir los acuerdos “separados” y una paz separada entre Nicolás II (esperamos y haremos lo necesario para que sea el último) y Guillermo II, organizaron directamente un complot con los octubristas y los demócratas constitucionalistas, con parte del generalato y de la oficialidad del ejército, sobre todo de la guarnición de Petersburgo, especialmente para deponer a Nicolás Románov.

No nos hagamos ilusiones. No incurramos en el error de quienes –como algunos “okistas” o “mencheviques” que vacilan entre la posición de los Gvózdiev y los Potrésov y el internacionalismo, deslizándose con excesiva frecuencia hacia el pacifismo pequeñoburgués- están dispuestos a cantar el “acuerdo” entre el partido obrero y los demócratas constitucionalistas, el “apoyo” del primero a los últimos, ect., etc. Esa gente, rindiendo tributo a su vieja y manoseada doctrina (que nada tiene de marxista), echan un velo sobre el complot tramado por los imperialistas anglo-franceses con los Guchkov y los Miliukov para arrinconar a Nicolás Románov, el “primer espadón”, y poner en su sitio a espadones más enérgicos, menos gastados, más capaces.

Si la revolución ha triunfado con tanta rapidez y de una manera tan radical –en apariencia y a primera vista- es únicamente porque, debido a una situación histórica original en extremo, se fundieron, con “unanimidad” notable, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas. A saber: l conjuración de los imperialistas anglo-franceses, que empujaron a Miliukov, Guchkov y Cía. a adueñarse del Poder para continuar la guerra imperialista, para continuarla con más encarnizamiento y tenacidad, para inmolar a nuevos millones de obreros y de campesinos de Rusia a fin de dar Constantinopla… a los Guchkov, Siria… a los capitalistas franceses, Mesopotamia.. a los capitalistas ingleses, etc. Esto de una parte. Y de la otra, un profundo movimiento proletario y de las masas del pueblo (todos los sectores pobres de la población de la ciudad y del campo), movimiento de carácter revolucionario, por el pan, la paz y la verdadera libertad.

Sería necio hablar de “apoyo” por parte del proletariado revolucionarios de Rusia al imperialismo democonstitucionalista-octubrista, “amasado” con dinero inglés y tan repugnante como el imperialismo zarista. Los obreros revolucionarios han estado demoliendo, han demolido ya en gran parte y seguirán demoliendo la ignominiosa monarquía zarista hasta acabar con ella, sin entusiasmarse ni inmutarse si en ciertos momentos históricos, de breve duración y de coyuntura excepcional, viene a ayudarles la lucha de los Buchanan, los Guchkov, los Miliukov y Cía. con vista a sustituir a un monarca por otro, ¡y preferiblemente por otro Románov!

Las cosas han ocurrido así, y solamente así. Así, y solamente así, puede considerar las cosas el político que no teme la verdad, que sopesa con lucidez la correlación de las fuerzas sociales en la revolución, que aprecia cada “momento actual”, no sólo en todo lo que tiene de original en el instante dado, sino también desde el punto de vist-a de resortes más profundos, de una correlación más profunda de los intereses del proletariado y de la burguesía, tanto en Rusia como en el mundo entero.

Los obreros de Petesburgo, lo mismo que los obreros de toda Rusia, han combatido con abnegación contra la monarquía zarista, por la libertad, por la tierra para los campesinos, por la paz, contra la matanza imperialista. El capital imperialista anglo-francés, para continuar e intensificar esta matanza, urdió intrigas palaciegas, tramó un complot con los oficiales de la guardia, instigó y alentó a los Guchkov y a Miliukov, tenía completamente formado un nuevo gobierno, que fue el que tomó el Poder en cuanto el proletariado hubo asestado los primeros golpes al zarismo.

Este nuevo gobierno, en el que los octubristas y los “renovadores pacíficos” Lvov y Guchkov, ayer cómplices de Stolypin el Verdugo, ocupan puestos de verdadera importancia, puestos cardinales, puestos decisivos, tienen en sus manos el ejército y la burocracia; este gobierno, en el que Miliukov y otros demócratas constitucionalistas figuran más que nada como adornos, como rótulos, para pronunciar melifluos discursos profesorales, y el “trudovique” Kerenski desempeña el papel de balalaika para engañar a los obreros y a los campesinos, ese gobierno no es una agrupación accidental de personas.

Son los representantes de una nueva clase llegada al Poder político en Rusia, la clase de los terratenientes capitalistas y de la burguesía, que desde hace largo tiempo dirige económicamente nuestro país y que tanto durante la revolución de 1905-1907 como durante la contrarrevolución de 1907-1914 y, por último, durante la guerra de 1914 a 1917 –en ese período con singular celeridad- se ha organizado políticamente con extraordinaria rapidez, apoderándose de las administraciones locales, de la instrucción pública, de congresos de todo género, de la Duma, de los comités de la industria de la guerra, etc. Esta nueva clase estaba ya “casi del todo” en el Poder en 1917; por eso, los primeros golpes han sido suficientes para que el zarismo se desmoronase, abandonando el campo a la burguesía. La guerra imperialista, al exigir una increíble tensión de fuerzas, aceleró a tal extremo el proceso de desarrollo de la Rusia atrasada, que, “de golpe” –en realidad aparentemente de golpe- hemos obtenido un gobierno “parlamentario”, de “coalición”, “nacional” (es decir, adaptada para dirigir la matanza imperialista y para engañar al pueblo).

Al lado de este gobierno –que no es, en el fondo, más que un simple agente de las “firmas” de multimillonarios, de “Inglaterra y Francia”, desde el punto de vista de la guerra presente-, ha aparecido un gobierno obrero, el gobierno principal, no oficial, no desarrollado aún, relativamente débil, que expresa los intereses del proletariado y de todos los elementos pobres de la población de la ciudad y el campo. Este gobierno es el Soviet de diputados obreros de Petersburgo, que busca ligazón con los soldados y los campesinos y también con los obreros agrícolas; como es natural, con éstos sobre todo, más que con los campesinos.

Tal es la verdadera situación política, que debemos esforzarnos, ante todo, por esclarecer con la máxima precisión objetiva para dar a la táctica marxista la única base sólida que puede tener: los hechos.

La monarquía zarista destruida, pero todavía no rematada.

El gobierno octubrista-democonstitucionalista burgués, que quiere llevar la guerra imperialista “hasta el final”, agente en realidad de la firma financiera “Inglaterra y Francia”, que se ve obligado a prometer al pueblo todas las libertades y todas las dádivas compatibles con el mantenimiento del Poder sobre el pueblo y con la posibilidad de continuar la matanza imperialista.

El Soviet de diputados obreros, una organización obrera, el embrión del gobierno obrero, representante de los intereses de todas las masas pobres de la población, es decir, de las nueve décimas partes de la población, que lucha por la paz, el pan y la libertad.

La lucha de estas tres fuerzas determina la situación presente, que es el paso de la primera a la segunda etapa de la revolución.

La contradicción entre la primera fuerza y a segunda no es profunda, es una contradicción temporal, suscitada solamente por la coyuntura del momento, por el brusco viraje de los acontecimientos de la guerra imperialista. En el nuevo gobierno todos son monárquicos, pues el republicanismo verbal de Kerenski no es serio ni digno de un político, es, objetivamente, politiquería. Aún no había el nuevo gobierno asestado el golpe de gracia a la monarquía zarista, cuando ya estaba entrando en tratos con la dinastía de los terratenientes Románov. La burguesía de tipo octubrista-democonstitucionalista necesita la monarquía, como la cabeza de la burocracia y del ejército, para salvaguardar los privilegios del capital contra los trabajadores.

Quien pretenda que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en nombre de la lucha contra la reacción zarista (y eso es lo que pretenden, por los visto, Potrésov, los Gvózdiev, los Chjenkeli y, también, pese a su posición evasiva Chjeídze), traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la paz y la libertad. Porque, de hecho, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos por el capital imperialista, por la política imperialista belicista, de rapiña; ya ha iniciado las transacciones (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; ya se afana por restaurar la monarquía zarista; ya invita a un candidato a reyezuelo, a Mijaíl Románov; ya se preocupa de afianzar su trono, de sustituir la monarquía (legal, basada en viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria (basada en un sufragio popular falsificado).

¡Para combatir realmente contra la monarquía zarista, para asegurar realmente la libertad, y no sólo de palabra, no en las promesas de los picos de oro Miliukov y Kerenski, no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino este gobierno quien debe “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de la libertad y de la destrucción completa del zarismo es armar al proletariado, consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del Soviet de diputados obreros.

Todo los demás son frases hueras y mentiras, ilusiones de politicastros del campo liberal y radical, maquinaciones fraudulentas.

Ayudad al armamento de los obreros o, al menos, no lo estorbéis, y la libertad serpa invencible en Rusia, nadie conseguiré restaurar la monarquía y la república se verá asegurada.

De lo contrario, los Guchkov y los Miliukov restaurarán la monarquía y no harán nada, absolutamente nada de lo que han prometido en cuanto a las “libertades”. Todos los politicastros burgueses en todas las revoluciones burguesas han “alimentado” al pueblo y embaucado a los obreros con promesas.

Nuestra revolución es burguesa, y por eso los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdiev y los Chjeídze, como dijera ayer Plejánov.

Nuestra revolución es burguesa, decimos nosotros, los marxistas, y por eso los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea el engaño de los politicastros burgueses y enseñarle a no creer en las palabras, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia unión, en su propio armamento.

El gobierno de octubristas y demócratas constitucionalistas, de los Guchkov y los Miliukov no puede dar al pueblo –aunque él mismo lo quisiera sinceramente (sólo niños de pecho pueden creer en la sinceridad de Guchkov y Lvov)- ni paz, ni pan, ni libertad.

La paz, porque es un gobierno de guerra, un gobierno de continuación de la matanza imperialista, un gobierno de rapiña que desea saquear Armenia, Galitzia, Turquía, conquistar Constantinopla, reconquistar Polonia, Curlandia, el país lituano, etc. Este gobierno está atado de pies y manos por el capital imperialista anglo-francés. El capital ruso no es más que una sucursal de la “firma” universal que maneja centenares de miles de millones de rubros y que se llama “Inglaterra y Francia”.
El pan, porque este gobierno es burgués. En el mejor de los casos, dará al pueblo, como lo ha hecho Alemania, “un hambre genialmente organizada”. Pero el pueblo no querrá tolerar el hambre. El pueblo llegará a saber, y sin duda bien pronto, que hay pan y que se puede obtener, pero únicamente con medidas desprovistas de todo respeto hacia la santidad del capital y de la propiedad de la tierra.

La libertad, porque este gobierno es un gobierno de terratenientes y capitalistas, que teme al pueblo y ha entrado ya en tratos con la dinastía de los Románov.
En otro artículo trataremos de los objetivos tácticos de nuestra conducta inmediata respecto a este gobierno. Mostraremos en qué consiste la peculiaridad del momento actual, del paso de la primera a la segunda etapa de la revolución y por qué la consigna, la “tarea del día”, debe ser en este momento: ¡Obreros! Habéis hecho prodigios de heroísmo proletario y popular en la guerra civil contra el zarismo. Debéis hacer prodigios de organización proletaria y popular para preparar vuestro triunfo en la segunda etapa de la revolución.

Limitándonos por el momento a analizar la lucha de clases y la correlación de fuerzas de clase en la etapa actual de la revolución, debemos plantear aún esta cuestión: ¿Quiénes son los aliados del proletariado en la revolución presente?

Los aliados son dos: en primer lugar, la amplia masa de los semiproletarios y, en parte, de los pequeños campesinos de Rusia, masa que cuenta decenas de millones de hombres y constituye la inmensa mayoría de la población. Esta masa necesita paz, pan, libertad y tierra. Esta masa sufrirá inevitablemente cierta influencia de la burguesía, y sobre todo de la pequeña burguesía, a la que se acerca más por sus condiciones de existencia, vacilando entre la burguesía y el proletariado. Las duras lecciones de la guerra, serán tanto más duras cuanto más energéticamente sea hecha la guerra por Guchkov, Lvov, Miliukov y Cía. empujarán inevitablemente a esta masa hacia el proletariado, la obligarán a seguirle. Ahora debemos aprovechar la libertad relativa del nuevo régimen y los Soviet de diputados obreros para esforzarnos en ilustrar y organizar, sobre todo y ante todo, a esta masa. Los Soviet de diputados campesinos, los Soviets de obreros agrícolas, son una de nuestras tareas más esenciales. No sólo nos esforzaremos por que los obreros agrícolas formen sus Soviet propios, sino también porque los campesinos pobres se organicen separadamente de los campesinos acomodados. En la carta siguiente trataremos de las tareas especiales y de las formas especiales de esta organización, cuya necesidad se impone hoy en día con gran fuerza.

En segundo lugar, aliado del proletariado ruso es el de todos los países beligerantes. y de todos los países en general. Hoy este aliado se encuentra en gran medida abrumado por la guerra y sus portavoces son con excesiva frecuencia los socialchovinistas, que en Europa se han pasado como Plejanov, Gvózdiev y Potrésov en Rusia, al campo de la burguesía. Pero cada mes de guerra imperialista ha ido liberando de su influencia al proletariado, y la revolución rusa acelerará infaliblemente este proceso en enormes proporciones.

Con estos dos aliados, el proletariado puede marchar y , marchará aprovechando las particularidades del actual momento de transición, primero a la conquista de la república democrática y de la victoria completa de los campesinos sobre los terratenientes, en lugar de la medio monarquía guchkoviano-miliukoviana, y después al socialismo, pues sólo ésta dará la paz, el pan, la libertad a los pueblos extenuados por la guerra.

Escrito el 20 de marzo de 1917, publicado el 21 y 22 de marzo de 1917, en los numeros 14 y 15 de Pravda.

VER TODAS LAS NOTAS DEL DÍA