Primera Guerra Mundial

Guerra Mundial y Revolución (Parte 1). De la infernal música de muerte

Desde comienzos del siglo XX la reflexión sobre la guerra ha estado unida a la perspectiva de la revolución. Aquí veremos la primera parte de cómo la Primera Guerra Mundial influyó en la Revolución Rusa.

Por Guillermo Iturbide

La era moderna, parida por la gran Revolución Francesa de 1789, es la de la “nación en armas”. En el país galo, la nueva nación burguesa luchó decididamente contra los ejércitos de las monarquías europeas extendiendo las bases sociales de la revolución tras las fronteras. El poder irresistible de los ejércitos de Napoleón se basó por primera vez en la conscripción de masas, en las conquistas de la revolución y en la convicción de sus soldados. A diferencia de las guerras pre-revolucionarias entre Estados feudales, basadas en ejércitos profesionales de menores dimensiones, los nuevos Estados capitalistas formados tras las revoluciones del siglo XIX en Europa, que compiten por la hegemonía continental, por áreas de influencia y por el reparto de las colonias, se vieron obligados a basarse en grandes ejércitos de masas. Sin embargo, esta necesidad entablaba una paradoja: la posibilidad de que hacia dentro de las fuerzas armadas burguesas se introdujeran las contradicciones de clase que recorrían a toda la sociedad, con un naciente movimiento obrero que empezaba a adherir a las ideas socialistas. Esto abría una vía para que los revolucionarios pudieran hacer política en ellas y dividir al “pueblo en armas” en “clases en armas”, que aumentaban el peligro de una amenaza revolucionaria. Friedrich Engels, gran estudioso de temas militares, tenía en cuenta esta posibilidad. Sin embargo daba cuenta que, para contrarrestar este punto débil, la burguesía había combinado su aparato militar con un aparato de comunicaciones y de transporte que le permitirían al Estado moderno responder a una amenaza revolucionaria con mucha mayor rapidez trasladando tropas de un punto a otro del país. Sin embargo Trotsky, sacando lecciones de la revolución de 1905, tiene una opinión diferente. El coronel del ejército norteamericano Harold W. Nelson en su libro lo cita, planteando que Engels “pasa por alto el hecho de que un alzamiento genuino de las masas inevitablemente presupone una huelga de ferrocarriles. Antes de que el Gobierno pueda comenzar a trasladar a sus fuerzas armadas debe, en un combate implacable con los huelguistas, tomar la línea del ferrocarril y el material rodante, organizar el tráfico, restaurar las vías destruidas y los puentes volados. Ni los mejores rifles ni las más afiladas bayonetas son suficientes para esto… Más aún, antes de proceder al transporte de las fuerzas armadas, el gobierno debe conocer el estado de situación en el país. Los telégrafos aceleran la información a un ritmo mayor al que los ferrocarriles aceleran el transporte. Pero aquí nuevamente un alzamiento presupone y engendra una huelga postal y telegráfica”.

Los socialistas y la guerra

El movimiento socialista venía discutiendo desde la primera década del siglo XX sobre la posibilidad de una gran conflagración mundial y su actitud frente a ella.

Al mismo tiempo, surgían en distintos países movimientos pacifistas, que condenaban toda violencia por principio, viniera de donde viniera.

La izquierda socialista, sin embargo, adoptaba otra actitud. En la medida en que su objetivo era el socialismo y que este, por la oposición tenaz de los capitalistas y sus Estados, se vería imposibilitado de realizarse por medios pacíficos, no condenaba toda violencia por igual, indiscriminadamente, sino que distinguía entre una violencia legítima de los trabajadores y los pueblos oprimidos, y una violencia reaccionaria de las clases dominantes. En las relaciones entre los Estados, adoptaba un criterio acorde al mismo prisma. Existiendo un sistema capitalista dominado por un puñado de Estados imperialistas que poseían colonias, semi-colonias y áreas de influencia a nivel mundial, subyugando sangrientamente continentes enteros como Asia y África, la izquierda socialista distinguía entre guerras legítimas e ilegítimas. Entre las primeras entraban las guerras sostenidas por pueblos o naciones oprimidas contra las potencias imperialistas. Entre las segundas estaban las guerras sostenidas por esas potencias contra naciones oprimidas, y también las guerras donde Estados imperialistas luchaban entre sí por el reparto del mundo.


Mapa de los contendientes en la PGM

La Primera Guerra Mundial que se avecinaba desde el comienzo fue definida por la izquierda socialista como una guerra inter-imperialista, es decir, completamente reaccionaria, ilegítima, en la cual los socialistas no podían, bajo ninguna circunstancia ni pretexto, apoyar a un país imperialista contra otro.

“Si amenaza con estallar una guerra, es el deber de la clase trabajadora y de sus representantes parlamentarios de los países involucrados (...) hacer todo lo posible a fin de evitar el estallido de la guerra por los medios que consideren más eficaces, que varían naturalmente de acuerdo a la agudización de la lucha de clases y la agudización de la situación política general. En caso de que la guerra estallara de todos modos, es su deber intervenir en pos de ponerle fin rápidamente, y hacer uso de todas sus facultades para utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para despertar a las masas y con ello acelerar la caída de la dominación de la clase capitalista”. (Manifiesto de Basilea de la II Internacional, 1912).

La música infernal del presente, los primeros acordes de la música del futuro

“Los medios más eficaces” para frenar la guerra de los que se habla más arriba habían fallado, ya que el elemento fundamental, la II Internacional, corrompida hasta la médula en sus estratos dirigentes, en 1914 se alineó con sus respectivas burguesías en la contienda y traicionó a la clase obrera mundial. Una enorme ola de desmoralización cundió por todo el movimiento obrero. Ahora solo cabía echar mano “hacer uso de todas sus facultades” para castigar a la burguesía por su catastrófico crimen contra la humanidad y en lo posible mandarla al basurero de la historia. Y sin embargo, la noche negra abatía los espíritus y era de esperar que solo los locos… o quienes tenían una confianza estratégica enorme en el proletariado pudieran decir cosas como la siguiente:

“Nosotros, revolucionarios marxistas, no tenemos ninguna razón para perder las esperanzas. La época en la cual estamos entrando ahora, será nuestra época. El marxismo no está derrotado. Al contrario, si bien el estampido de la artillería en todos los campos de batalla de Europa significó la bancarrota de las organizaciones históricas del proletariado, también proclama la victoria teórica del marxismo. ¿Qué queda ahora de las esperanzas de un desarrollo “pacífico”, de la mitigación de los contrastes de clase, del tránsito gradual al socialismo? (…) La guerra (…) [plantea] como alternativa para el mundo capitalista la guerra permanente o la revolución permanente. (…) Nosotros, los socialistas revolucionarios, no queríamos la guerra. Pero no le tememos. (…) Ponemos manos a la obra entre el rugido de los cañones, la destrucción de las catedrales y el alarido patriótico de los chacales capitalistas. Mantendremos claras nuestras ideas en medio de esta infernal música de muerte. Nos sentimos la única fuerza creadora del futuro. Somos muchos más de lo que parecemos. Mañana seremos mucho más numerosos que hoy” (“La guerra y la Internacional”, 1914)


Los cosacos, la caballería rusa en la PGM

En cuanto a las fuerzas armadas rusas, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, muy poco podían hacer los ejércitos del Zar contra enemigos mucho más adelantados y modernizados políticamente. “El instrumento de las guerras son los ejércitos. Y como en las mitologías nacionales, el propio Ejército se considera siempre invencible, las clases gobernantes en Rusia no se veían obligadas a hacer una excepción para el ejército zarista. En realidad, éste no representaba una fuerza sería más que contra los pueblos semibárbaros, los pequeños países limítrofes y los Estados en descomposición; en la palestra europea, este ejército podía luchar coaligado con los demás. En el aspecto defensivo, su eficacia estaba en relación directa con la inmensa extensión del país, la densidad escasa de población y las malas comunicaciones” (Historia de la Revolución Rusa, capítulo 2). Sin embargo, por la necesidad de la competencia con sus modernos rivales, Rusia se vio obligada a modernizar su ejército, con las consecuencias sociales que predecían Engels y Trotsky: “La semiabolición del régimen servil y la implantación del servicio militar obligatorio modernizaron el ejército dentro de los mismos límites que el país: es decir, llevaron a él todas las contradicciones de una nación que aún no había hecho su revolución burguesa. Cierto es que el ejército zarista fue organizado y equipado a tono con el ejemplo de los países occidentales pero esto afectaba más a la forma que al fondo. Había una gran desproporción entre el nivel cultural del campesino-soldado y el de la técnica militar. En el mando cobraban expresión la ignorancia, la pereza y la venalidad de las clases gobernantes rusas” (ídem anterior).

Más aún, como contamos en un artículo anterior, entre 1912 y el comienzo de la guerra hubo un ascenso revolucionario que tuvo como protagonista a la clase trabajadora. Los actores de este ascenso ahora se encontraban bajo bandera, importando las contradicciones sociales al poco moralizado ejército del Zar, diezmado además por una escasez alarmante de armas, y donde la guerra provocaba sufrimientos mucho más insoportables que en las fuerzas de las demás potencias, ya que el principal recurso del que echaban mano los generales, por escasez de medios técnicos de destrucción, era la provisión incesante de carne humana, millones de seres llevados en masa a una masacre garantizada.


Población rusa en la PGM

“El martillo es arrancado de las manos del obrero y en su lugar se ha colocado el fusil. Y el obrero, atado de pies y manos a la maquinaria del sistema capitalista, repentinamente sale a la superficie y se le enseña que los objetivos de la sociedad están por encima de la felicidad individual, e incluso de su propia vida. Con el arma que él mismo ha fabricado, el obrero alcanza una posición en la que el destino político del Estado depende directamente de él. Aquellos que en tiempos normales lo explotaban y despreciaban, ahora lo adulan servilmente. Al mismo tiempo se familiariza con el cañón, al que Lassalle llamaba uno de los más importantes ingredientes de todas las constituciones (...) A pesar de que la vanguardia de la clase obrera ya sabía que la fuerza es la madre del derecho, su pensamiento político estaba totalmente impregnado por el espíritu del posibilismo, por la adaptación al legalismo burgués. Pero ahora la experiencia actual le está enseñando a despreciar esta legalidad y a destruirla. Ahora las fuerzas dinámicas están reemplazando las fuerzas estáticas en su psicología. Aprende que si no puede sortear un obstáculo, puede derribarlo” (“La guerra y la Internacional”).

Los campesinos, a su vez, pasan por una escuela similar. Por primera vez en su vida esa abstracción que en su aislada y atrasada vida cotidiana era el Estado, cobra toda su materialidad y les exige absolutamente todo de sí, dándoles absolutamente nada. La tierra sigue en manos de los terratenientes, quienes a su vez les exigen a sus familias en la retaguardia esfuerzos decuplicados y hambre para alimentar y sostener la maquinaria de una guerra que les es completamente ajena. Con los reveses del ejército ruso en la guerra, el campesinado despertará a la vida política nacional, solo que la política ahora cuenta con el ingrediente de millones de seres humanos armados que toman conciencia de su importancia para la vida económica del país y de que el destino de este está en sus manos.

* Los libros citados en este artículo, León Trotsky y el arte de la insurrección, 1905-1917 de Harold Walter Nelson, y Marxistas en la Primera Guerra Mundial de V. Lenin, L. Trotsky y otros, fueron publicados por Ediciones IPS.

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