Lenin

Del “viejo” al “nuevo” bolchevismo: el comienzo del giro radical de Lenin en 1917

PRIMERA PARTE. Con las "Cartas desde lejos" Lenin comienza a proponer un cambio dramático en la estrategia bolchevique, rearmando teóricamente al partido para la conquista del poder.

Por Guillermo Iturbide

Hay un mito interesado que dice que el Partido Bolchevique fue una organización monolítica, de pensamiento único, guiada infaliblemente a lo largo de dos décadas por Lenin y con una base militante que obedecía ciegamente a los dictados del líder. El tiempo que transcurre entre los orígenes bolcheviques en 1903 y la toma del poder en octubre de 1917 no sería más que una marcha constante, sin fisuras, del líder hacia el objetivo final. Este mito fue difundido, con fines opuestos, tanto por las historias oficiales soviéticas tras el triunfo de la burocracia estalinista (es significativa incluso la excepción del historiador soviético Eduard Burdzhalov, quien a fines de la década de 1950 fue duramente sancionado por mostrar, con honestidad histórica, las vacilaciones de los bolcheviques a comienzos de 1917) como por la propaganda anticomunista occidental.

El “rearme” del Partido Bolchevique

La voz solitaria que se alzó desde un comienzo, completamente contra la corriente contra este “relato”, fue ni más ni menos que uno de sus principales protagonistas, León Trotsky. Muchas décadas después, una camada de académicos occidentales que tuvo acceso a los archivos soviéticos pudieron comprobar y corroborar esto mismo, aunque en la actualidad se está desarrollando un debate entre historiadores anglosajones especialistas en el tema relacionados con la revista Historical Materialism, desafortunadamente no disponible en castellano, sobre si el bolchevismo llegó plenamente armado a la revolución de 1917 y relativizando las polémicas de las Cartas desde lejos y las Tesis de abril, o si efectivamente esas polémicas dan cuenta de una importante reorientación estratégica.

Tomando partido por esta última opción, amparada en una copiosa documentación y memorias de testigos, nos parece que los bolcheviques no llegaron completamente armados, ideológica y estratégicamente, a la revolución de 1917, con sus contornos teóricos completamente definidos de antemano. No hay una continuidad sin más entre el pasado bolchevique y 1917, sino una dialéctica compleja de continuidad y ruptura, de preservación de la calidad revolucionaria de un partido templado como ningún otro en la lucha revolucionaria y en la intransigencia contra la colaboración con la burguesía liberal, al tiempo que de superación de viejas concepciones “dogmáticas” que contribuían a que el partido no estuviera todavía a la altura de las circunstancias. Lenin llamaba a esas antiguas concepciones revolucionarias que ya habían pasado su época y que se hacía imprescindible superar, con el nombre de “viejo bolchevismo”.

Las “Cartas desde lejos” escritas por Lenin desde su exilio suizo, mientras trataba denodadamente por volver a Rusia, son el primer mojón en ese giro radical, en abandonar el “viejo bolchevismo” y rearmar estratégicamente a los bolcheviques para encarar la toma del poder por los soviets. El otro paso en ese sentido fueron sus Tesis de abril, sobre las que se escribirá más adelante. En las Cartas desde lejos, con su redefinición teórica, está el puntapié, los primeros pasos de una elaboración teórica mayor, que será el gran proyecto teórico que encarará Lenin bajo el fuego del año revolucionario de 1917: su obra “El Estado y la revolución” (este año estamos celebrando también, por consiguiente, el centenario de esta obra de Lenin). Vamos a explicar más adelante esta relación entre las Cartas y una de las principales grandes obras del revolucionario ruso.

Las cartas estaban dirigidas a su propio partido, el bolchevique, y las envió en mano a través de Alexandra Kollontai para ser publicadas en la prensa de su organización. Sin embargo, en el período que va de la Revolución de Febrero (8 de marzo de 1917) hasta la vuelta de Lenin a Rusia (16 de abril de 1917 según el calendario occidental), los bolcheviques se encuentran, en un principio, desorientados, y pronto, con la llegada a Petrogrado de Kamenev y Stalin, dirigentes del Comité Central, girarán hacia la derecha, a una posición cercana a los mencheviques (incluso intentarán fusionarse en una misma organización con ellos) y de “apoyo condicional” al gobierno liberal surgido de Febrero. Como las Cartas de Lenin contenían una orientación diametralmente opuesta a esta, el Pravda, en manos de la derecha bolchevique de Kamenev, publicará únicamente la primera carta, y aún así, recortada.

Las tres concepciones de la revolución rusa

Mientras tanto, tenemos que explicar de qué se trataba el “viejo bolchevismo” que es superado por lo que podríamos llamar un “nuevo bolchevismo”, que no por casualidad incorpora a León Trotsky a sus filas, luego de años de ásperas polémicas.

Las dos alas de la socialdemocracia rusa, bolcheviques y mencheviques, sostuvieron desde sus orígenes que la revolución rusa iba a estar dividida en dos grandes etapas separadas entre sí por un largo período de desarrollo: una primera etapa, democrático-burguesa, y una segunda etapa, socialista. Para fines prácticos, las dos tendencias esperaban y se preparaban para la primera etapa, burguesa, de la revolución. Esta idea era considerada parte incuestionable de la “ortodoxia” marxista, no solo en Rusia sino en todo el movimiento socialista internacional; a saber, que un país atrasado y con un proletariado minoritario –como Rusia- estaba inmaduro para el socialismo. El único en desafiar este “dogma” fue León Trotsky, quien ya desde 1905 planteaba que en Rusia, como parte integrante del sistema mundial capitalista, las tareas inmediatas de la revolución serían burguesas, pero que estas, llevadas a cabo por una dictadura del proletariado apoyado en los campesinos, se combinarían rápidamente con las primeras tareas de la revolución socialista, dándole a la revolución un carácter permanente y no rígidamente dividido en etapas históricas independientes.

A partir del acuerdo en el carácter burgués de la revolución rusa, bolcheviques y mencheviques se planteaban estrategias diferentes. Los mencheviques planteaban que, por consiguiente, la burguesía debería dirigir “su” revolución y formar un gobierno provisional revolucionario propio, en el cual los socialistas no debían de ningún modo participar ni comprometerse políticamente con él, sino ejerciendo una “oposición revolucionaria extrema”, que en realidad implicaba una presión desde afuera para empujar a la burguesía hacia adelante, pero dejando siempre la dirección de la revolución en manos de esta última clase. Por el contrario, los bolcheviques contemplaban la posibilidad de participar en un gobierno provisional revolucionario junto con los campesinos (que Lenin resumía en la fórmula “dictadura democrática de obreros y campesinos”) para que la clase obrera dirigiera la revolución burguesa y convocara a una Asamblea Constituyente verdaderamente democrático-radical, llevando la revolución hasta el final, algo que la propia burguesía no podría hacer, y que los sectores intermedios, por sí solos, vacilarían. Una vez que la revolución burguesa se consumara radicalmente y el capitalismo estuviera en condiciones de desarrollarse en forma plena en Rusia, sin trabas ni resabios feudales, los bolcheviques se retirarían del gobierno y pasarían a ejercer la oposición extrema para preparar la etapa socialista de la revolución.

Este último esquema bolchevique se terminó de definir durante la revolución de 1905, en el congreso que realizaron en mayo de ese año en Londres. Posteriormente, con el surgimiento de los primeros soviets obreros, en octubre de ese año, Lenin daría valores más concretos a su idea de gobierno provisional revolucionario, y plantearía que estas organizaciones de democracia directa serían el embrión de tal gobierno. Sin embargo, la revolución fue derrotada en diciembre por la reacción zarista y no se establecería ningún gobierno de ese tipo, de manera que tal hipótesis estratégica no fue puesta a prueba en ese entonces.

Ahora bien, ante el hecho concreto del triunfo de la Revolución de Febrero de 1917, los socialistas tomaron posiciones relacionadas con este bagaje teórico aunque incluso, particularmente en el caso de los dirigentes bolcheviques, interpretándolo de manera tal que Lenin lo considera un dogmatismo estéril que ubica frecuentemente al propio partido en la vereda de en frente de la vanguardia obrera y de las necesidades de la revolución.

En las próximas entregas profundizaremos esto en relación al contenido de las cartas.

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