Un debate a propósito del centenario de la Revolución Rusa. El nuevo siglo trae consigo las mismas miserias para los trabajadores ¿nuevas recetas para enfrentarlas?
Autor: Yanel Gom
Hace más de 40 años que no hay procesos revolucionarios como los que vimos en Portugal, Chile o Cuba. Lo que sí vimos a principio de este siglo, en Latinoamérica, fue como las mayorías populares junto a la clase media tomaron las calles contra las políticas neoliberales, causantes de una desigualdad extrema, donde los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres.
No fue como en Rusia de 1917 donde la revolución llevó a los trabajadores, los campesinos y los soldados a crear sus propias instituciones, usando para ello las salas del palacio presidencial, donde promulgaron las soluciones a sus propias demandas.
En nuestro continente, los que entraron y tomaron las decisiones fueron los representantes de un personal político reciclado, que puso todo su esfuerzo en canalizar ese descontento popular y salvar al Estado burgués a través de dar concesiones a las masas.
Los gobiernos posneoliberales fueron hábiles en apartar del imaginario social la idea de que sólo la revolución acabará con el capitalismo. Instauraron la idea de que “trabajando” desde dentro mismo del Estado, un gobierno puede satisfacer las reivindicaciones de las mayorías populares. Nos quisieron hacer creer que el socialismo (del siglo XXI) se hace desde el Estado burgués.
Los revolucionarios estamos convencidos que sólo una revolución social podrá acabar con el capitalismo. Y una revolución está a la orden del día cuando se combina una situación de profundización de la miseria habitual a la que está sometida la población, con importantes crisis políticas que se abren en las alturas gobernantes, provocando la división de la burguesía. La disputa que se abre entre las distintas fracciones burguesas es por imponer una salida a la crisis económica, política y social, de este choque surgen brechas por donde es posible que las masas irrumpan con su propia salida. La crisis política de la clase dominante es el elemento más dinámico y el que acelera la perspectiva de las acciones históricas independientes de las masas.
En la Rusia Zarista existía un régimen feudal que ya estaba obsoleto y la Primera Guerra Mundial vino a acelerar esta decadencia provocando una miseria inaudita que se combinó con una aguda deslegitimación del régimen autocrático, que incluso le ponía freno al desarrollo capitalista, lo que despertó en las masas un profundo descontento. La burguesía "democrática" rusa que encontró el poder con la Revolución de Febrero estaba atada por múltiples lazos al Zar y a los terratenientes y eso hizo que no puedan solucionar los problemas fundamentales de las masas (la tierra o la paz, por ejemplo); lo que llevó a éstas a la búsqueda de una salida obrera, con una nueva revolución comandada por el Partido Bolchevique, que era la dirección de las mayorías de los soviet, los órganos de autoorganización de las masas que este partido planteaba como base de un nuevo Estado obrero.
La revolución, a decir de Trotsky, es la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos. Lo que plantea, no sólo la intervención de las masas en las calles, sino también que estas son llamadas a legislar sobre sus vidas y crear la nueva sociedad, con nuevos organismos para ello (como los soviets o consejos rusos).
Aquí el papel de un partido revolucionario es fundamental, ya que son los comunistas (hoy trotskistas) los más decididos en la conquista del poder político por parte del proletariado. Los que guían a los obreros a la toma el poder del Estado en sus manos, creando transicionalmente uno nuevo (la dictadura del proletariado) hasta su extinción definitiva. Sólo este nuevo Estado asentado sobre las organizaciones democráticas y conducido por los trabajadores pondrá por encima de la propiedad privada las necesidades populares.
Lo opuesto por el vértice son las acciones de los gobiernos posneoliberales surgidos a principio de este siglo, que se instalaron en el sillón presidencial para garantizar las ganancias capitalistas, se ocuparon de legitimar las instituciones estatales y de sacar a la gente de las calles. El resultado es conocido: ganancias multimillonarias para las multinacionales gracias a explotar más a los trabajadores, despidos y mayor pobreza. Estos gobiernos se ahogaron en la corrupción, lo que fortaleció y revivió a la derecha neoliberal y la catapultó de nuevo al poder. Las crisis económicas propias del capitalismo hicieron el resto.
El mundo está atravesando un momento político donde los partidos tradicionales están cada vez más deslegitimados y se muestran impotentes para solucionar la crisis económica abierta en 2008, por ello surgen aberraciones como Donald Trump o Marine Le Pen con programas políticos más agresivos de derecha, lo que comienza a mostrar la imposibilidad de un capitalismo humanizado, lo que pone en evidencia la decadencia del capitalismo (en las inmigraciones, en los femicidios, en la pobreza y riqueza mundial), y esto abre las puertas al surgimiento de revoluciones.
*Este artículo fue realizado como parte del taller de la editorial y el CEIP encargados de la edición del libro "Historia de la revolución rusa" de León Trotsky. El motivo principal es acercar a los lectores de La Izquierda Diario las conclusiones centrales del libro vinculadas a debates actuales.
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