Personajes

Trotsky parte desde Nueva York

Para el revolucionario León Trotsky es el último día en Nueva York. Lo espera un largo viaje con contratiempos hasta llegar en mayo a Rusia

León Trotsky pasó un período en la ciudad de Nueva York durante 1917, antes de la Revolución de febrero. Luego, como Lenin y muchos otros revolucionarios exiliados pudo volver a Rusia.

En su libro "Mi vida" recuerda algunos momentos de esta experiencia que compartió junto a otros revolucionarios rusos exiliados:

"(...)Al día siguiente de llegar a Nueva York, escribí en el Novii Myr ("El Nuevo Mundo"), un periódico ruso, lo siguiente: "He salido de aquella Europa empapada de sangre con una gran fe en la revolución que se acerca, y he pisado la tierra de este Nuevo Mundo, ya harto envejecido, sin la menor ilusión "democrática". (...)

Entré desde el primer día en la redacción del Novii Myr, donde trabajaban ya, además de Bujarin, Wolodarski-a quien luego habían de asesinar los socialrevolucionarios cerca de Petrogrado-y Tchudnovsky, herido en Petrogrado y asesinado luego en Ukrania. Nuestro periódico era el centro de la propaganda internacionalista revolucionaria(...)

Los trabajos preparatorios iban por buen camino, aunque hubieron de ser interrumpidos pronto por la revolución rusa.
Después de un silencio misterioso del telégrafo, que duró unos dos o tres días, empezaron a llegar las primeras noticias de los sucesos de Petrogrado, noticias confusas y caóticas. Una emoción vivísima se adueñó del pueblo obrero de Nueva York, formado por tantas razas. La gente quería, y a la vez temía, esperar. La Prensa americana estaba en la más lamentable desorientación. De todas partes afluían a la Redacción del Novii Myr periodistas, investigadores, informadores. Durante algunos días, nuestro periódico fue el blanco de la expectación de toda la Prensa neoyorquina. De las redacciones y organizaciones socialistas nos estaban telefoneando a cada momento.

 Acaba de recibirse un telegrama, diciendo que en Petrogrado se ha constituido un Gabinete formado por Gutchkof y Miliukof. ¿Qué significa esto?
 Pues que mañana tendremos otro Gabinete formado por Miliukof y Kerenski.
 Bien, ¿y eso qué quiere decir?
 Que luego subiremos al Poder nosotros.
 ¡Hombre!

Diálogos como éste se repitieron por docenas. Casi todo el mundo echaba mis palabras a broma. En una asamblea a que acudieron los venerables y venerabilísimos socialdemócratas rusos, hablé, para demostrar que era inevitable, que el partido del proletariado se adueñase del Poder en la segunda etapa de la revolución. Aquello produjo aproximadamente el efecto que supongo yo que- produciría una piedra que se lanzase a una charca poblada de ranas bien educadas. El doctor Ingerman no pudo menos de explicar a la concurrencia que yo era un hombre que ignoraba las cuatro reglas elementales de la aritmética, y que no merecía la pena perder ni siquiera cinco minutos en refutar aquellas alucinaciones febriles mías.

Pero las masas obreras adoptaban otra actitud ante las perspectivas de la revolución. En todos los barrios de Nueva York se celebraron mítines, extraordinarios por la concurrencia y el espíritu que los animaba. La noticia de que en el Palacio de Invierno ondeaba la bandera roja, producía en las masas un júbilo enorme. A aquellos mítines acudían a gozar de los destellos del entusiasmo revolucionario, no sólo los emigrados rusos, sino sus hijos, muchos de los cuales tenían perdida ya la lengua materna.

(...)Cuando telefoneé a mi mujer desde la Redacción del periódico, que había estallado la revolución en Petrogrado, el niño pequeño estaba en cama enfermo de difteria. Tenía nueve años, pero ya sabía perfectamente que la revolución significaba, para nosotros, la amnistía, el regreso a Rusia y mil cosas más, a cual mejor. Al llegar la buena nueva, se puso en pie y empezó a dar brincos en la cama para celebrarla. Aquello era, además, señal de que empezaba a estar bien. Nos apresuramos a prepararlo todo para salir en el primer vapor.

(...) Decir que en aquellos meses conocí a Nueva York sería una exageración imperdonable, pues me entregué de lleno, apenas llegar -y pronto estuve de ellos hasta la coronilla-, a los asuntos del socialismo norteamericano. En seguida vino la revolución rusa. De todas maneras, me dió tiempo a conocer el ritmo general de vida de esa cosa monstruosa a que llamamos Nueva York. Volví a Europa con la sensación del hombre que sólo ha podido echar una ojeada a la fragua en que se está forjando el destino de la humanidad. Me consolé pensando que algún día tendría ocasión de volver. Y todavía no me ha abandonado esta esperanza."

Ilustración: Sergio Cena

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