Trotsky ha vuelto

Han pasado poco más de dos meses desde que la Revolución de Febrero derrocó al Zar. Pero el poder ha caído en manos de la burguesía. El Gobierno Provisional continúa con la guerra en contra de los deseos de los obreros y campesinos que protagonizan la revolución. Lenin desde abril batalla para reorientar la política del partido bolchevique.

Por Emilio Salgado y Jazmín Jimenez

Nueva York

Cuando estalla la Revolución de Febrero Trotsky se encuentra exiliado en Nueva York. Es parte de la redacción del periódico ruso Novyi Myr (Nuevo Mundo), centro de la propaganda internacionalista revolucionaria. Por telégrafo llegan las primeras noticias confusas y caóticas de Petrogrado. Una gran emoción se apodera de la población obrera de Nueva York. La prensa norteamericana se desorienta, de todas partes acuden periodistas a la redacción del Nuevo Mundo. Durante días, el periódico se convierte en el punto de reunión de la prensa neoyorquina. Las redacciones y organizaciones socialistas llaman por teléfono a cada momento. “En una asamblea restringida de socialdemócratas rusos (…), hablé para demostrar que el partido del proletariado se adueñaría inevitablemente del poder en la segunda etapa de la revolución”, cuenta Trotsky en su autobiografía. En todos los barrios de Nueva York se celebran reuniones, extraordinarias por la concurrencia y el espíritu que las anima. La noticia de que en el Palacio de Invierno ondea la bandera roja, produce en las masas un júbilo enorme. A las asambleas acuden no sólo los emigrados rusos sino también sus hijos, muchos de los cuales han olvidado la lengua materna, a respirar los aires de entusiasmo que envía la revolución.

Halifax

Ante las noticias sobre los primeros acontecimientos de la revolución de febrero, Trotsky se presenta en el Consulado general de Rusia en Nueva York, en busca de los papeles necesarios para hacer el viaje a Rusia. Mientras tanto, en el Consulado inglés le aseguran que las autoridades británicas no pondrán dificultad alguna para dejarlo pasar por su territorio. Sin embargo, una vez embarcado suben a revisar el barco funcionarios de la Marina inglesa. Luego de un interrogatorio, le ordenan abandonar el barco junto a su familia y cinco pasajeros más. Queda detenido en Halifax (Canadá), en un campo de detención. Trotsky cuenta: “Entre los ochocientos prisioneros, con quienes pasé cerca de un mes, unos quinientos eran marineros de barcos de guerra alemanes hundidos por los ingleses, alrededor de doscientos obreros a quienes la guerra había sorprendido en Canadá, y un centenar de oficiales y civiles burgueses. Nuestra relación con los camaradas alemanes de prisión fue mejorando a medida que se enteraban que nos habían detenido por ser socialistas revolucionarios (…) la masa iba simpatizando cada vez más con nosotros. El mes que pasamos en el campamento fue como un mitin permanente. Les hablé a los prisioneros de la Revolución Rusa, de Liebknecht, de Lenin, de las causas que habían determinado el derrumbamiento de la vieja Internacional, de la intervención de los Estados Unidos en la guerra. Hacíamos asambleas; además, organizábamos constantemente grupos de discusión. Nuestra amistad iba haciéndose cada día más estrecha”.

Cuando la noticia de la detención trasciende, la Embajada inglesa envía a los periódicos de Petrogrado, comunicados oficiales diciendo que los rusos detenidos en Canadá han sido sorprendidos camino de Rusia con una subvención de la Embajada alemana para derrocar el Gobierno Provisional. Lenin orienta toda una defensa de Trotsky, en el periódico Pravda, contestando al embajador inglés: “¿Puede concederse crédito, siquiera por un momento, a la buena fe de un informante según el cual Trotsky, presidente del Sóviet de Diputados Obreros de San Petersburgo en 1905, un revolucionario que ha consagrado decenas de años al servicio desinteresado de la revolución, habría sido capaz de ligarse a un plan subvencionado por el gobierno alemán? Es en realidad una calumnia flagrante, inaudita, y desvergonzada que se lanza contra un revolucionario. ¿De dónde ha sacado usted esa información, Señor Buchanan? ¿Por qué no lo dice? Seis hombres se llevaron al camarada Trotsky, arrastrándolo por las manos y los pies, ¡y todo en nombre de su amistad por el gobierno provisional ruso!”.

El ministro de Asuntos Extranjeros ruso, Miliukov, está a favor de la detención, sin embargo depende de los sóviets, y no tiene más remedio que maniobrar con gran cautela. Finalmente, cuando el sóviet toma cartas en el asunto, Miliukov tiene que ceder. Un mes después de su detención Trotsky es liberado. En su autobiografía describe ese momento: “los camaradas de prisión nos hicieron una despedida solemne. Los oficiales se habían encerrado en sus compartimentos, y sólo unos pocos asomaban la nariz por las rendijas. Pero los marineros y los obreros formaban una columna a nuestro paso, una orquesta improvisada tocaba un himno revolucionario y por todas partes se extendían hacia nosotros manos de amigos. Uno de los prisioneros pronunció un breve discurso saludando la revolución rusa y condenando la monarquía alemana. Todavía hoy siento emoción al pensar en aquel abrazo de fraternidad que sellamos con los marineros alemanes de Amherst en plena guerra. Muchos de ellos me escribieron después cartas afectuosas desde Alemania”.

El camino a la confluencia

Si bien Lenin y Trotsky habían tenido diferencias en el pasado sobre cómo sería la dinámica de la revolución en Rusia. Habían confluido muchas veces luego de huir de las cárceles zaristas, en el exilio obligado posterior a la derrota de la revolución de 1905. Desde entonces, Trotsky fue un gran colaborador en el periódico Pravda en el extranjero que dirigía Lenin. Sin embargo, quizás la mayor confluencia de ambos previa a la revolución, haya sido la posición consecuentemente internacionalista -junto a un puñado de revolucionarios como Rosa Luxemburgo, Liebknecht, Mehring y otros-, frente la traición de la socialdemocracia en la Primera Guerra Mundial, que significaría la bancarrota a la Segunda Internacional.

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Petrogrado

Cuando llega a Petrogrado, lo espera un gran recibimiento en la Estación de Finlandia. En su discurso se refiere a la necesidad de preparar la segunda revolución. Trotsky cuenta cómo, por política de Lenin, vuelve a ser parte del Comité Ejecutivo del Sóviet: “apenas salí de la estación, empezó para mí esa vorágine en que los hombres y los episodios desfilan rápidamente por delante de los ojos de uno, como los maderos arrastrados por el torrente. Los grandes acontecimientos son pobres en recuerdos personales; es el recurso que tiene la memoria para resguardarse de un agobio excesivo. Creo que desde la estación me trasladé inmediatamente a la sesión del Comité Ejecutivo. Cheidsé, el inamovible presidente de aquel período, me saludó secamente. Los bolcheviques propusieron incluirme entre los miembros del Comité Ejecutivo, en calidad de ex presidente del sóviet de 1905. Esto produjo cierta confusión. Los mencheviques se pusieron a cuchichear con los narodniki. Por entonces, tenían la aplastante mayoría en todos los organismos de la revolución. Se acordó admitirme con voz consultiva. Me entregaron mi carnet de miembro del Comité junto con un vaso de té y pan negro”.

La Revolución de Febrero (8 de marzo) libera a los bolcheviques que se encontraban en las prisiones zaristas. Los dirigentes deportados Kámenev y Stalin, liberados por el Gobierno Provisional, llegan a Petrogrado y toman la dirección del partido. Adoptan en lo sucesivo la política de los mencheviques, según la cual era preciso que los revolucionarios rusos prosigan la guerra para defender sus recientes conquistas democráticas de la agresión del imperialismo alemán. Para ello prestan un "apoyo con condiciones" al Gobierno Provisional. Incluso unos días antes del regreso de Lenin, en una conferencia, a propuesta de Kámenev y Stalin, aceptan considerar la reunificación de todos los socialdemócratas que les había propuesto el comité de organización menchevique.

Confluencia estratégica

Lenin, en cambio, entiende que la Revolución de Febrero no ha dado por resultado la realización de las tareas de la revolución “democrática y burguesa”. Como el reparto de tierras a los campesinos, la jornada de 8 horas para los obreros y la convocatoria a una Asamblea Constituyente que reorganice la nación eliminando la herencia del zarismo. Esto justamente no se realizaría por la presencia de la burguesía en el poder. Se imponía, entonces, ir más allá en los objetivos de la revolución, hacer una “segunda revolución”.

Lenin venía batallando por estas ideas, que se grafican en la consigna “Todo el poder a los soviets”, ya desde su exilio en Suiza y luego a su regreso ratificado en las Tesis de Abril. Así logra, no sin una férrea oposición de la vieja guardia bolchevique, recuperar la dirección del partido.

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Según el historiador Pierre Broué, Lenin adopta “tácitamente la tesis de la revolución permanente” de Trotsky al afirmar que: “el rasgo más característico de la situación actual en Rusia consiste en la transición de la primera etapa de la revolución, que entregó el poder a la burguesía, dada la insuficiencia tanto de la organización como de la conciencia proletarias, a su segunda etapa, que ha de poner el poder en manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado”.

Contrario a las declaraciones y a los deseos del gobierno provisional de continuar en la Guerra Mundial, se producen manifestaciones populares en contra de ella. Los soldados se niegan a reprimir, y se abre una crisis de difícil resolución. Al respecto, Lenin afirma: “la revolución burguesa ha concluido en Rusia y la burguesía conserva el poder en sus manos”, pero la lucha por la tierra, el pan y la paz no podrá ser llevada a cabo más que con el acceso de los soviets al poder, “estos sabrán mucho mejor, de forma más práctica y más segura como encaminarse hacia el socialismo”.
Lenin increpa a los “viejos bolcheviques” que repetían sin inteligencia una fórmula “aprendida” en vez de “estudiar” las particularidades de la nueva situación real. “No hay que apegarse a las viejas fórmulas sino a la nueva realidad”, les dice. Para él, la fórmula de dictadura democrática de obreros y campesinos carece de valor, está muerta y vanos son los esfuerzos que intenta resucitarla.

“Desde entonces, no ha habido mejor bolchevique que él”

Al día siguiente de la llegada de Trotsky, al igual que lo había hecho Lenin un mes antes, anuncia en el Sóviet de Petrogrado que la revolución “ha abierto una nueva era, una era de sangre y fuego, una lucha que no es ya de nación contra nación, sino de clases sufrientes y oprimidas contra sus gobernantes”; que “los socialistas deben luchar para dar todo el poder a los soviets”, y concluye,“¡Viva la revolución rusa, prólogo de la revolución mundial!”. A los dos días, en un acto en su honor, afirma haber abandonado definitivamente su viejo sueño de unificación de todos los socialistas, declarando que la nueva Internacional no puede construirse sino a partir de una ruptura total con el socialchovinismo.

A menos de una semana de su regreso, vuelve a encontrarse con Lenin. Tienen muy pocas diferencias y lo saben. Las viejas discrepancias, en cuanto a la dinámica de la revolución y las cuestiones del partido, se han saldado. Ahora, Lenin tiene prisa en integrar a Trotsky y a sus compañeros de "la Organización Interdistritos" en el partido. Desde entonces, comienzan a preparar el mejor momento para efectuar y hacer pública su fusión. Durante las semanas siguientes, Trotsky se convierte frente a las masas, de las que es el orador preferido, en un auténtico bolchevique.

El partido, que será renovado entre abril y septiembre de 1917, nacerá de la confluencia de los mejores elementos revolucionarios en el seno de la corriente bolchevique, de las pequeñas corrientes revolucionarias independientes que integraban tanto la Organización Interdistritos como las numerosas organizaciones socialdemócratas internacionalistas que, hasta entonces, habían permanecido al margen del partido de Lenin.

Ambos dirigentes saben que se necesitan, como estrategas revolucionarios, para sus fines inmediatos, que están más cerca de lo que la mayoría se imagina. Esta es la concepción de Lenin sobre la construcción de la dirección revolucionaria. Seguramente por eso, al tiempo que había batallado internamente a sus viejos camaradas, que él mismo calificaba como "viejos bolcheviques", había ejercido toda la presión, movido todos los hilos y contactos posibles para la liberación y el regreso de Trotsky a la ciudad en la que soñaba repetir la hazaña de los comuneros de París.

Tanto es así que, tiempo más tarde, la semana posterior a la toma del poder en un discurso en la sesión del Sóviet de Petrogrado, en la que se debatiría sobre conformar una coalición con los mencheviques y los socialistas revolucionarios, Lenin sería categórico. Discutiendo contra los partidarios de la coalición que hacían alusión a la vieja idea de Trotsky de unificar a la socialdemocracia, contestará: “Ni tan siquiera puedo hablar de esto seriamente. Trotsky dijo hace tiempo que la unificación era imposible. Trotsky comprendió esto, y desde entonces no ha habido mejor bolchevique que él”.

Fuentes:
Mi Vida / La historia de la revolución Rusa / Lecciones de Octubre (León Trotsky)
La historia del Partido Bolchevique (Pierre Broué)

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