100 años después

Rosa Luxemburg y la Revolución rusa

El suplemento Las 12 dedicó un artículo de Verónica Gago a La Rosa Roja, publicado por nuestra editorial, a raíz de los 100 años de la Revolución. Aquí debatimos con su autora.

Autora:Andrea Robles/Querellante en la Causa Triple A |miembro del staff de Ediciones IPS| @RoblesAndrea

La semana pasada el suplemento sobre la mujer del diario Página 12 dedicó a modo de homenaje por el 100 aniversario de la Revolución Rusa un extenso artículo, escrito por Verónica Gago, donde refleja distintas aspectos de la vida revolucionaria de Rosa Luxemburg que reseña de La Rosa Roja, nueva publicación de nuestra editorial.

El artículo de Gago pincela con admiración distintos aspectos de la vida y la obra de la gran revolucionaria polaca que La Rosa Roja rebela, como fue su oposición a la Primera Guerra Mundial o la importancia de la huelga general política, destacando los dibujos y la rigurosidad con la que Kate Evans logró esta biografía gráfica.

Sin embargo, en el único párrafo dedicado a la posición de Rosa Luxemburg sobre la Revolución de Octubre la autora afirma: “Entusiasta de la Revolución Rusa de 1917 –escribe que es ‘el acontecimiento más grandioso de la guerra mundial’–, no deja de lanzar críticas a varias de sus medidas planteando el problema de la relación entre democracia y socialismo de manera tal que pone en cuestión el sentido mismo de la revolución como acontecimiento y su capacidad de abrir el verdadero proceso de transformación”. Esta afirmación, de que las críticas pusieron en cuestión el sentido mismo de la revolución, consideramos que no es correcta históricamente. Pasemos a demostrarlo.

El marxismo de Rosa Luxemburg y la Revolución Rusa

Rosa fue parte de la tradición, junto con Lenin y Trotsky, que concebía el marxismo no como un dogma sino como una teoría y práctica vivas, que diera cuenta de los profundos cambios que se produjeron en la época ante el pasaje del capitalismo de libre competencia al de su fase imperialista. Combatieron contra las tendencias revisionistas como la de Eduard Bernstein, que engendró la idea imposible de alcanzar el socialismo de manera evolutiva en los marcos de la democracia burguesa, vía la intervención en los sindicatos y el Parlamento.

Ellos se enfrentaron a los grandes maestros del marxismo como lo fueron Gueorgui Plejanov y Karl Kautsky que, aferrados a las viejas teorías del marxismo clásico que solo consideraban adecuada la revolución socialista para los países avanzados, terminaron condenando la revolución en aquellos países atrasados económicamente como Rusia. Tanto Rosa Luxemburg como Lenin y Trotsky eran internacionalistas, contrarios a cualquier concepción nacional del socialismo.

Es por esto que, a diferencia de los máximos dirigentes alemanes, Rosa Luxemburg saludó la Revolución de 1917 con gran entusiasmo. Desde la cárcel intentó seguir la poca y sesgada información que –como se puede imaginar– llegaba a Alemania a través de los grandes medios. Es posible que haya sido uno de los motivos por los que Rosa decidió no publicar su único trabajo inacabado La Revolución Rusa –además de algunas menciones que dedicó en cartas–sobre el tema. Tampoco su amigo y compañero Leo Jogiches quiso hacerlo, mencionando que Rosa había modificado posiciones esenciales (1).

Lo cierto es que el peligro mayor que previó Rosa Luxemburg era el aislamiento de la revolución, al mismo tiempo que daba cuenta de su trascendencia histórica, como le contaba a su amiga Luise Kautsky.

"¿No te alegras de lo de los rusos? Bien entendido, no van a poder sostenerse en ese sabbat infernal, no porque las estadísticas arrojen un desarrollo económico excesivamente atrasado en Rusia, como afirma tu juicioso esposo, sino porque la socialdemocracia de los países económicamente desarrollados de occidente está compuesta por miserables cobardes que observan tranquilamente cómo los rusos se desangran. Pero el peligro mortal vale más que ’vivir para la patria’; es un acto de una envergadura histórica mundial cuyos trazos permanecerán marcados a través de los siglos (2)".

El contenido de su crítica, como afirma su biógrafo Paul Frölich, fue alertar sobre los peligros que enfrentaba la revolución en el marco de las duras contradicciones que se suscitaban cotidianamente. Era impensado dejar a un lado los peligros, una idealización de la revolución o una postura acrítica, ajena al espíritu de los bolcheviques y de todo quien se considerase marxista revolucionario.

"No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo (…) nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación (3)".

El trabajo contiene críticas muy duras en relación a la política de los bolcheviques vinculadas a la reforma agraria, el derecho de autodeterminación de las naciones, la democracia y el terror.

"¡Sí, dictadura! Pero esta dictadura consiste en la manera de aplicar la democracia, no en su eliminación, en el ataque enérgico y resuelto a los derechos bien atrincherados y las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin lo cual no puede llevarse a cabo una transformación socialista. Pero esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular (4)".

No obstante, las críticas y sus diferencias reales están reñidas con las interpretaciones reformistas o autonomistas que han querido colocarla afuera de la tradición del marxismo revolucionario, como se puede leer párrafos más adelante, donde vuelve a relacionarlas a los peligros que enfrentaba la revolución:

"Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Seria exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales circunstancias apliquen la democracia más decantada, la dictadura del proletariado más ejemplar y una floreciente economía socialista. Por su definida posición revolucionaria, su fuerza ejemplar en la acción, su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, hicieron todo lo posible en condiciones tan endiabladamente difíciles. El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista".

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El contexto de los combates que dio Rosa Luxemburg contra la socialdemocracia en Alemania –un partido que contaba con millones de votantes y puestos en el Parlamento y en los sindicatos que se fue burocratizando cada vez más como un aparato que reemplazaba la acción de masas–fue muy diferente respecto al de Lenin. El fundador del Partido Bolchevique, que de manera opuesta luchaba contra la represión de la dictadura zarista que permanentemente dispersaba los intentos de organización de los revolucionarios, fue quien más rápidamente llegó a la conclusión de qué tipo de partido era necesario para enfrentar el poder del Estado burgués. Esto motivó diferencias sobre la relación entre espontaneidad y conciencia, entre otras, pero nunca en torno a la necesidad de un partido revolucionario que apostara a destruir el capitalismo de raíz. La fundación del Partido Comunista alemán por parte de Rosa Luxemburg y sus compañeros, a principios de enero de 1919, es la mejor comprobación de esto y de hasta dónde llegaban sus críticas a los bolcheviques y la Revolución Rusa y de hasta dónde no.

El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburg fue asesinada por las tropas de choque del régimen alemán gobernado por la socialdemocracia, o sea poco más de un año después que se iniciara la Revolución de Octubre. Flaco favor quienes la excluyan de la tradición revolucionaria a la que entregó su vida. Trotsky enfrentó tanto al estalinismo como a las tendencias antipartido que pretendieron utilizar la obra de Rosa para tal fin en dos artículos que recomendamos “Fuera las manos de Rosa Luxemburg” y “Luxemburg yla IV Internacional”.

Es por esta reivindicación profunda del sentido transformador de la revolución que Rosa Luxemburg termina su folleto:

"Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: ’¡Yo osé!’ Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ’bolchevismo’".

NOTAS

1. Fue publicado finalmente en 1922 por cuenta propia de Paul Levi luego de su expulsión del Partido Comunista. Ver en la biografía de Paul Frölich, Rosa Luxemburg, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, pp. 273-4.

2. Rosa Luxemburg, Briefe an Karl und Luise Kautsky, citado en la biografía de Frölich, p. 271.

3. La Revolución Rusa

4. Ibídem.

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