Burguesía

Las clases dominantes al momento de la revolución

Breve fisonomía de las clases sociales dominantes en vísperas de la revolución: el zarismo, la nobleza y la débil burguesía rusa.

Por Liliana O. Caló

El zarismo y la nobleza

Mientras que en Europa occidental las potencias capitalistas a comienzos del siglo XX habían logrado sistemas de gobierno que aseguraban una mayor estabilidad a las clases dominantes, con monarquías parlamentarias en Inglaterra o repúblicas en Francia, en Europa oriental prevalecían los regímenes absolutistas: el Imperio ruso de los zares, el Imperio Austrohúngaro o el Imperio Otomano de los sultanes.
Rusia era gobernada por el zar –nombre que recibía el monarca- quien concentraba en su persona todo el poder, sin que existiera ninguna garantía constitucional. Además de Jefe del Ejército tenía todas las atribuciones del Estado y gobernaba por decreto. Este gobierno centralista capaz de imponerse en todo el Imperio estaba sostenido por la fuerza de las armas, la nobleza y por una casta aristocrática a quien se le reservaban todos los puestos públicos, civiles y militares, transformando al Estado en una maquinaria gigantesca.


Nobleza rusa. Sentado Rasputín

Aunque gran parte de la nobleza rusa vivía de la corte, su poder se apoyaba en un sólido dominio agrario. Se estima que a mediados del siglo XIX las nueve décimas partes del suelo ruso se hallaban en poder del Estado y de las familias nobles y en esas tierras vivían 47 millones de siervos, vinculados al suelo o al servicio personal. Un régimen opresor de una multiplicidad de nacionalidades como los polacos, los finlandeses o georgianos que rechazaban su ideología mesiánica y la política de “rusificación”. El monarca era jefe de la Iglesia ortodoxa, quien además de designar los cargos eclesiásticos había convertido al clero en un cuerpo de funcionarios del Estado. Más de doscientos mil sacerdotes y frailes integraban la burocracia del país y eran una especie de “cuerpo policíaco de la fe” predicando la completa sumisión al zar.

El zar y el desarrollo capitalista

El convulsionado mundo europeo del siglo XIX que había socavado los privilegios de la nobleza europea parecía no haber afectado del mismo modo a sus pares rusos. Habrá que esperar a finales del siglo XIX, frente al crecimiento y expansión del mundo capitalista, para reconocer gestos modernizadores del régimen. La presión que los estados europeos ejercieron sobre la nobleza dominante obligaron al zarismo y al Estado, como su representante, a impulsar el desarrollo capitalista en Rusia endeudando al Estado y destinando enormes recursos para asegurar su supervivencia como clase, evitar perder influencia en un contexto de aumento de las rivalidades interestatales y sociales, tal como la derrota rusa en Crimea, la guerra franco-prusiana o la derrota rusa en Port Arthur frente a Japón, que dio lugar a la revolución de 1905, parecían anunciar.

De este modo, la integración capitalista del Estado ruso al mercado mundial se hizo bajo la impronta del zarismo, es decir, combinando formas brutales de violencia estatal, autoritarismo y modernización económica graficada en la acelerada construcción de una red ferroviaria (hacia 1914 contaba con casi 70 mil km.) para el vasto territorio (22 millones de km2), la emancipación de los siervos y el comienzo de la industrialización (se estima que entre 1870 y 1914 la producción industrial y minera se multiplicó ocho veces), a partir del ingreso de capitales extranjeros y préstamos que provocaron un enorme endeudamiento estatal. El desarrollo del capitalismo en Rusia aparece, con todas sus contradicciones y desigualdades, como un hijo del Estado zarista.

Decíamos que la integración capitalista de Rusia se hizo bajo la impronta del zarismo. No sólo el régimen zarista, con sus tendencias conservadoras y aristocráticas, se apropiaba de una enorme parte de la riqueza social sino que cada medida que adoptaba profundizaba aún más el abismo entre la monarquía y el pueblo. El consumo en manos de la nobleza de una parte excesiva de la plusvalía social implicaba demorar el desarrollo de las fuerzas productivas, perjudicando a la nueva burguesía en formación y a la inmensa población campesina y laboriosa sobre las que descargaba el peso del endeudamiento estatal. En relación a la situación y condiciones de vida del campesinado, no hicieron más que agravarse. Ni siquiera el Edicto de Emancipación (1861), cuyo objetivo era liberar las trabas que existían en el campo para el desarrollo capitalista mejoró la condición del campesinado. Por el contrario, impulsó la creación de un ejército de campesinos libres miserables, endeudados de por vida con el Estado y desocupados que contribuyó a multiplicar las tensiones sociales que la industrialización ya provocaba en las grandes ciudades. Cualquier revés o contramarcha del zarismo agravaba la oposición al régimen y alimentaba futuras crisis.

El zar Nicolás II y la zarina

El zar Nicolás II fue el último representante de la dinastía Romanov y el último de los zares. Se convirtió en zarévich (heredero) tras el asesinato de su abuelo Alejandro II, como sucesor de su padre, Alejandro III. Estableció sólidas relaciones con Francia y Alemania, gracias a su parentesco con el emperador Guillermo II. La revolución de febrero puso fin no solo a su mandato sino también al régimen monárquico.
El Palacio de Alejandro en San Petersburgo era una de las residencias frecuentadas por el zar. Se cuentan solo en esta ciudad 50 mansiones imperiales que retratan el estilo de vida de la nobleza; majestuosos edificios y palacios que proyectan sobre la población poder y obediencia. El Palacio de Invierno, destino invernal de la corte, con más de mil habitaciones y una fachada de 2 km era parte de un complejo de edificios, entre los cuales se encuentra el Hermitage cuyo destino excluyente era alojar la colección de arte privada de Catalina la Grande (1729-1796), calculada en ciento de miles de piezas.


El zar, la zarina y sus hijos

Para dar cuenta de su estilo de vida y el compromiso con la realidad social del país, reproducimos una cita de Trotsky sobre el diario del zar que retrata la grandeza de sus preocupaciones: “El diario del zar vale por todos los testimonios; día tras día, año tras año, van registrándose en estas páginas notas más anonadadoras de su vacuidad espiritual. ’He paseado un largo trecho y matado dos cuervos. He tomado té al oscurecer’. Paseo a pie, paseo en lancha. Más cuervos y más té. Todo lindando con la pura fisiología. Y cuando habla de ceremonias religiosas, lo hace en el mismo tono que cuando registra un festín”. (León Trotsky, Historia de la revolución rusa).
Nicolás ejerció su reinado con la zarina Alejandra Fiódorovna Románova, nieta de la reina Victoria del Reino Unido. La zarina tenía una enorme influencia sobre el zar, que crecía a medida que aumentaban las dificultades sociales y políticas del gobierno. Cuánto más se desacreditaba el régimen, más la zarina luchaba por sostenerlo. El pueblo ruso, que odiaba a la monarquía, rechazaba enfáticamente su figura pues en momentos en que el pueblo luchaba contra la opresión, la zarina hacía valer su procedencia noble y se abraza al trono. En marzo de 1916, cuando las secuelas de la participación rusa en la guerra se hacían sentir con toda su fuerza, la zarina escribía a su marido al cuartel general: “... No debes dar pruebas de blandura, nombrar un gobierno responsable, etc., hacer todo lo que ellos quieren. Son tu guerra y tu paz, tu honor y el de nuestra patria y no los de la Duma, los que se ventilan. Ellos no tienen derecho a pronunciar ni una palabra respecto a estas cuestiones.” (León Trotsky, Historia de la revolución rusa). Y a pocos meses de que la monarquía fuese derrotada por la revolución de febrero, la zarina sugería al zar el 13 de diciembre de 1917: “Todo menos el gobierno responsable con el que sueña insensatamente todo el mundo. Esto está todo más tranquilo y mejor; pero la gente quiere que sientes el puño. ¡Qué sé yo cuánto tiempo hace que oigo por todas partes lo mismo!; a Rusia le gusta sentir el escozor del látigo, lo pide su cuerpo”. Esos fueron sus últimos consejos y palabras que la revolución le permitió.


El último baile que dio el zarismo

La débil y cobarde burguesía rusa (El tercer Estado)

La joven burguesía rusa nació subordinada al capital extranjero (inglés, francés y belga fundamentalmente) y sometida al Estado y la nobleza. Como explica Trotsky era “una burguesía capitalista numéricamente débil, aislada del ’pueblo’, medio extranjera de origen, sin tradiciones históricas y animada únicamente por la codicia.” (León Trotsky, Resultados y perspectivas). El acelerado desarrollo capitalista del país que incluso igualaba en algunos aspectos al de los más avanzados (el carácter concentrado y la técnica de la industria), no logró mitigar el profundo atraso entre el campesinado ruso. Esta burguesía había dado, por el contrario, un proletariado joven y concentrado, que había demostrado su dinámica revolucionaria durante los sucesos de 1905, con una conciencia de clase e influencia del socialismo cada vez mayor. La alianza obrero-campesina constituía un bloque de fuerzas explosivas difícil de contener para la débil y dependiente burguesía rusa.

En segundo lugar, la modernización económica también había facilitado la llegada del liberalismo político al Imperio. Bajo esa influencia se hizo escuchar la voz opositora de la burguesía, exponiendo las limitaciones del régimen y la necesidad de una apertura política. Sin embargo, en su lenguaje estas propuestas se traducían en presionar al zarismo para imponer desde arriba un modelo de monarquía constitucional, evitando desarrollar la acción independiente, la iniciativa y la energía revolucionarias del pueblo, “es decir, de los campesinos y particularmente de los obreros, pues de otro modo a estos últimos les será tanto más fácil ’cambiar de hombro el fusil’, como dicen los franceses, es decir, dirigir contra la propia burguesía el arma que ponga en sus manos la revolución burguesa, la libertad que ésta les dé, las instituciones democráticas que broten en el terreno desbrozado de feudalismo”. (Lenin, Dos tácticas de la revolución democrática en la revolución democrática). En síntesis, por su debilidad de origen, dependencia y subordinación con el antiguo régimen la burguesía no solo no podía liderar a las masas contra la nobleza y los vestigios feudales como dirigente de la revolución democrática, asegurando el reparto de la tierra, sino que ni siquiera podía jugar un rol mediador apelando a las masas para imponer reformas graduales hacia el parlamentarismo. La experiencia del triunfo revolucionario en Rusia vino a confirmarlo: la revolución se impuso derrotando al zarismo pero también a la burguesía.

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