Mujeres

Larisa Reisner: pájaro rojo de la revolución

Socialdemócrata rusa por herencia, bolchevique por elección. Escritora. De literatura y de crónicas periodísticas, bélicas y revolucionarias.

Por Ana Sanchez

“Revolución/Movimiento de color rojo

Revolucionario:/Hay también movimiento en su corazón/Hay un pájaro rojo en su corazón/Su corazón es un pájaro rojo que extiende las alas (...)”. Roque Dalton

Socialdemócrata rusa por herencia, bolchevique por elección. Escritora. De literatura y de crónicas periodísticas, bélicas y revolucionarias. Participó en la preservación de monumentos artísticos en el Smolni, luego de la revolución de octubre. Unos meses después, se convirtió en una política militar en el Comisariado de la Armada de Moscú. Participó en la revolución alemana de 1923. Desde muy joven fue una revolucionaria; luchó, amó, escribió y se convirtió en una de las indispensables de la Revolución Rusa.

Una cara desconocida en la Revolución

Larisa Mijáilovna Reiner nació en mayo de 1895 en la ciudad de Lublin, ayer territorio ruso; hoy ciudad de Polonia.

Su padre fue abogado y profesor miembro del partido socialdemócrata ruso. Por ser una familia de socialdemócratas tuvieron que exiliarse, primero en Berlín y un año después en París. Pero para 1906 los Reisner ya estaban de vuelta en San Petesburgo. Larisa tenía once años.

Al llegar estudió en la escuela privada para mujeres. Antes de la revolución, las mujeres en Rusia, y en muchas partes del mundo, no podían ir a la Universidad. Por eso, Larisa terminó su educación formal en 1913, al graduarse en el Instituto Neuropsicológico de San Petesburgo y no pudo tener estudios superiores.

Pero, desde muy pequeña, tuvo un claro interés por la literatura. Siendo mujer en una sociedad que negaba derechos a más de la mitad de su población, desafiando todo lo instituido, en 1909 escribió una obra de teatro titulada Atlántida y en 1910 publicó sus primeros poemas.

Al estallar la 1ra Guerra Mundial en 1914, su padre decidió imprimir un periódico socialista con marcada postura pacifista. Lo hizo con sus propios medios económicos y Larisa se convirtió en su más fiel colaboradora. Fueron críticos de la socialdemocracia y del rol que la Segunda Internacional estaba cumpliendo frente a la guerra imperialista, apoyando cada uno de sus partidos a sus gobiernos nacionales, en un claro giro nacionalista.

Cuando se fundieron por no tener más dinero, Larisa empezó a colaborar en Létopis, la revista de Máximo Gorki. Allí reencontró el poder de la palabra. Escribió sobre los clubes obreros y sus debates, sobre la cultura fabril, sobre los intentos de construir teatros en las fábricas, sobre las fuerzas que la Revolución de Febrero había liberado. Del emprendimiento de Gorki terminó afuera, por un artículo que Larisa había escrito contra Kerenski, con el que el editor no acordaba. Más tarde conoció a los bolcheviques y se acercó políticamente a ellos.

Luego de la Revolución triunfante de Octubre de 1917, participó de la preservación de monumentos artísticos dentro del Instituto Smolni, como secretaria del comisario Lunacharski. No lo hizo con la sensación de estar salvando el arte antiguo de la invasión de los bárbaros, sino para conservar la mejor herencia del pasado, para que pudieran apreciarlas los hijos de un nuevo mundo.

Pero Larisa estaba ansiosa por librar nuevas batallas para defender la revolución. Tras unirse al partido bolchevique y como partícipe de los acontecimientos de octubre, después de su colaboración con el arte y la cultura, se convirtió en una política militar, algo muy poco común para una mujer en la época.

En 1918 se casó con un joven revolucionario de nombre Fiodor Raskolnikov. Junto con él luchó en el frente oriental. Estuvo en el Comisariado del Cuartel General de la Armada en Moscú. El comienzo de la guerra civil la llevó hasta la ciudad de Sviask, cerca de Kazán, al este de Moscú, donde se formó realmente el Ejército Rojo. Allí luchó contra los checoslovacos con las armas en la mano y en las primeras líneas.

Política militar

Larisa Reisner fue comisario del V Ejército, comandado por Iván Smirnov, entre otros. Esta compañía del ejército hizo retroceder a los checoslovacos que avanzaban por el este hacia Moscú buscando dañar la revolución, en lo que fue conocido como la epopeya de Sviask. También detuvo a Kolchak, líder del Ejército Blanco y así lograron recuperar el territorio de Siberia para la revolución.

La batalla de Sviask, que se libró entre el 8 de agosto y el 10 de septiembre de 1918, fue un cruce de caminos. Desde los cuatro costados de la inmensa Rusia, se pusieron en movimiento las fuerzas revolucionarias en defensa de su propio gobierno, el de los trabajadores y el pueblo.

“Sólo después de Sviask y Kazán fue que el Ejército Rojo se cristalizó bajo sus formas de unidad de combate y políticas”, afirmaría Larisa. (Traducción al español realizada por el CEIP León Trotsky de Argentina de la versión publicada en Cahiers Léon Trotsky N° 12, Institut Léon Trotsky de Francia)

Ella escribió sus propias crónicas sobre esta experiencia de la defensa de Sviask por parte del Ejército Rojo, volcadas finalmente en una publicación que se tituló En el frente.

Sus recuerdos eran elocuentes: “¡Fraternidad! ¡Pocas palabras de las cuales se había abusado tanto y que se había vuelto tan despreciable! Pero la fraternidad, en el momento de penuria extrema y de peligro, está allí, olvidada de sí misma, sagrada, inmensa y única. ¡Y nadie jamás vivió ni conoció nada de la vida si jamás pasó la noche en la tierra con ropas gastadas y destrozadas pensando todo el tiempo cuán maravilloso es el mundo, infinitamente maravilloso! Que aquí lo viejo fue destruido, que la vida se bate las manos desnudas por su verdad irrefutable, por los cisnes blancos de su resurrección, por cualquier cosa infinitamente más grande e infinitamente mejor que este pedazo de cielo estrellado que aparece, en la ventana oscura del pavimento quebrado, para el futuro de toda la humanidad. Una vez por siglo, se entra en comunión y una sangre nueva es transfundida. Un día comienza, durante el cual alguien va a morir pensando en su último segundo que la muerte es una cosa como otras y para nada la principal, que una vez más Sviask no cayó y que sobre el muro polvoriento aún está escrito: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. (Cahiers Léon Trotsky, op. cit.)

Larisa y Trotsky

Fue durante esos afiebrados combates que Larisa conoció a Trotsky. Desde un principio lo admiró y dejó algunas imágenes de él en el frente de combate.

“Trotsky llegó a Sviask. Poco a poco, la creencia fanática de que esta pequeña estación sería el punto de partida de una contraofensiva contra Kazán comenzó a tomar formas reales. Lo tengo aún bajo mis ojos, este Sviask donde ningún soldado se batió ’por obligación’. Todo lo que estaba viviente aquí, se batía por defenderse, todo estaba ligado por las relaciones más fuertes de la disciplina voluntaria, de la participación voluntaria en una lucha que al principio parecía tan desesperada.
En Sviask, Trotsky no estaba solo. Se encontraban allí reunidos viejos militantes obreros del partido, futuros miembros del Consejo Militar Revolucionario de la república y de los consejos militares de varios ejércitos, que el futuro historiador de la guerra civil llamará los mariscales de la Gran revolución.

El ejército y la flota supieron del ataque de noche únicamente cuando todo terminó, después que los Blancos comenzaron a batirse en retirada, firmemente convencidos que habían tenido que enfrentarse a una división entera”. (Cahiers Léon Trotskyop. cit.)

También Trotsky escribió sobre ella en su libro Mi Vida: “Larissa Reissner... ocupa también un puesto importante en el quinto ejército como en la revolución en general. Esta maravillosa mujer, que fue el encanto de tantos, cruzó por el cielo de la revolución, en plena juventud, como un meteoro de fuego. A su figura de diosa olímpica unía una fina inteligencia aguzada de ironía y la bravura de un guerrero. Después de la toma de Kazán por las tropas blancas se dirigió, vestida de aldeana, a espiar en las filas enemigas. Más tarde se embarcó en la flotilla del Volga y tomó parte de los combates. Dedicó a la Guerra civil páginas admirables, que pasarán a la literatura con valor de eternidad. Supo pintar con la misma plasticidad la industria de los Urales que el levantamiento de los obreros de la cuenca del Ruhr. Todo lo quería saber y conocer, en todo quería intervenir. En pocos años se convirtió en una escritora de primer orden. Y esta Palas Atenea de la revolución, que había pasado indemne por el fuego y por el agua, fue a morir, de pronto, presa de tifus, en los tranquilos alrededores de Moscú”.

Larisa en la revolución alemana

Al final de la guerra civil en Rusia, ella y a su compañero Raskolnikov, se dirigieron hacia Afganistán a cumplir una misión diplomática. Pero, indiferente a las cuestiones diplomáticas, cansada de no poder vivir la acción revolucionaria de cerca, rompió con su pareja y regresó a la URSS.

Por eso, en septiembre de 1923 Larisa se entrevista con Karl Rádek, quién más adelante será su pareja, y le pide que la envíe a Alemania, donde se estaba desarrollando el centro de la revolución mundial.

Los próximos meses los encontrará en Berlín. Larisa llevaba allí una vida clandestina. De ese mes intenso de experiencia en Alemania, surgen reportajes que cobrarán más tarde la forma de un folleto impreso. Un fragmento describe la Alemania después de la derrota: “junto con los periódicos hechos jirones y los carteles hechos guiñapos, arrancados a punta de bayoneta o deslavados por sucios chorros de lluvia, el breve recuerdo de las batallas callejeras, también se diluye. Las puertas de la cárcel se cierran tras los convictos en tanto que otros compañeros de lucha, expulsados de las fábricas, se ven obligados a buscar trabajo en otra ciudad o en un distrito lejano; los que están desempleados después de la derrota se refugian en los escondrijos más distantes y anónimos, las mujeres permanecen calladas y los niños, precavidos ante las preguntas zalameras de la policía secreta, lo niegan todo. Así pues, la leyenda de los días del levantamiento se esfuma”.

El trabajo se edita fragmentariamente en revistas, y en un libro finalmente a lo largo del año 1924.

Ya asentada en Rusia nuevamente, trabajó con Trotsky en la comisión para el mejoramiento de los productos industriales. Pero necesitaba nuevamente acción, sentir la adrenalina de quien hace de reportera de enormes acontecimientos históricos. Por eso, durante meses, viajó a los Urales, a la cuenca carbonífera del Donetz, a las minas de platino de Kytlym, a las fundiciones, a las textileras de Ivanovo. Con todo ese material van saliendo reportajes que luego cobrarán cuerpo en una nueva publicación.

En 1926 cae enferma de tifus. Rádek, su último compañero de vida, cuenta que “hizo el voto de luchar por la vida hasta el final y sólo abandonó esta lucha cuando finalmente quedó inconsciente”. Finalmente murió en el sanatorio del Kremlin el 9 de noviembre de 1926, cuando tenía treinta y un años.

Larisa se convirtió así en una de las indispensables de la Revolución, una pájaro intensamente rojo que con su vuelo hizo vibrar todo a su alrededor.

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