Lenin

La travesía de Lenin

El escritor austríaco Stefan Zweig relata la "travesía de Lenin" que comienza el 9 de abril de 1917 al subir al "tren libre de circulación"

Stefan Zweig, escritor austríaco de renombre mundial, autor de novelas y relatos, redactó en 1927 el libro "Momentos estelares de la humanidad", donde dedica un capítulo llamado “El tren de libre circulación” a contar la travesía de Lenin y un grupo de revolucionarios rusos, viajando en tren de Suiza a Rusia en abril de 1917.

En, Suiza,(...) hay un hombre de quien nadie dice nada, quizá porque no llama la atención y no habita en ningún gran hotel, ni frecuenta los cafés, ni asiste a ningún acto de propaganda, sino que vive retirado con su esposa en casa de un zapatero remendón. (...)Con regularidad constante va cada día a las nueve de la mañana a la biblioteca pública, permaneciendo en ella hasta las doce, hora en que ésta se cierra. A los diez minutos está ya en su casa para tomar su frugal comida, y vuelve a salir a la una menos diez para ser nuevamente el primero en llegar a la biblioteca, donde permanece hasta las seis de la tarde.(...) Nadie concede importancia al hombrecillo de frente voluntariosa; no hay persona en Zürich capaz de querer grabar en su memoria el nombre (…) Vladimir Ilich Ulianov.

Un día,(…) el bibliotecario de Zürich advierte con extrañeza que, a pesar de que las saetas del reloj marcan las nueve, el puesto que acostumbraba ocupar el misterioso individuo está vacío. Pasan las nueve y media, las diez, pero aquel lector incansable, aquel devorador de libros, no comparece, ni comparecerá jamás. Y es que, camino de la biblioteca, uno de sus amigos rusos le ha dado la noticia de que en Rusia había estallado la revolución. Lenin, al principio, no quería creerlo; está como anonadado ante semejante nueva.(…)Poder regresar, concentrarse todos y volver a ofrendar otra vez la vida, que habían ya dedicado desde las primeras horas lúcidas de su existencia, a la inmensa obra: la revolución rusa.(…)

En aquellos días de desconcierto, las ideas más fantásticas y disparatadas pasaron por el cerebro del hombre realista que fue siempre Lenin. ¿No podría alquilarse un avión que salvara la distancia sobre Alemania y Austria? (…) Escribe a Suecia para que le procuren un pasaporte sueco, pensando hacerse pasar por mudo para no tener que dar explicaciones. Como es natural, por la mañana, tras aquellas noches de desenfrenada fantasía, el mismo Lenin se da cuenta de lo irrealizable que son semejantes sueños. (…) Tiene que regresar a la patria lo antes posible. ¡A toda costa! (…)Lenin, resuelto, inicia bajo su responsabilidad personal las negociaciones con el Gobierno alemán.(…)

A instancias suyas, el secretario del Sindicato Obrero Suizo, Fritz Platten, visita al embajador alemán, (…) y le expone las condiciones de Lenin. Porque aquel insignificante y desconocido desterrado, como si previese su futura autoridad, no se dirige al Gobierno alemán en tono suplicante, sino que le presenta sus condiciones bajo las cuales los viajeros estarían dispuestos a aceptar la conformidad del Gobierno alemán y que son éstas: Que se le conceda al vagón en que viajan el derecho de extraterritorialidad; que ni la entrada ni a la salida de Alemania se ejerza inspección de pasaportes y personas; que puedan pagar por sí mismos el importe del billete del ferrocarril según la tarifa corriente establecida y, por último, que ni por orden superior ni por propia iniciativa saldrán del vagón. (…)
Por aquellos días, precisamente el 5 de abril, los Estados Unidos de América declaran la guerra a Alemania. Y Fritz Platten, secretario del Sindicato Obrero Suizo, recibe por fin, el 6 de abril al mediodía, la memorable comunicación: «Asunto resuelto favorablemente.»

El 9 de abril de 1917, a las dos y media de la tarde, un reducido grupo de gente mal vestida, cargada con sus maletas, sale (…) hacia la estación de Zürich. Suman en total treinta y dos personas, incluyendo mujeres y niños. De los hombres sólo ha perdurado el nombre de tres de ellos: Lenin, Zinoviev y Radek. (…)Firmaron con desmañada letra que aceptaban la plena responsabilidad que puede derivarse de aquel viaje y que se avenían a todas las condiciones. Y silenciosa y resueltamente, aquellos hombres emprenden el viaje que ha de repercutir en la historia del mundo. Su llegada a la estación no suscitó curiosidad alguna por parte de nadie. No comparecieron ni reporteros ni fotógrafos. Y es que ¿quién conoce en Suiza a aquel tal señor Ulianov que, tocado con un deformado sombrero, vistiendo una raída chaqueta y calzado con unas pesadas botas de montaña, busca en silencio un sitio en el vagón, entre el apiñado montón de hombres y mujeres cargados con fardos y cestos? (…)A las tres y diez de la tarde dan la señal de salida. Y el tren parte en dirección a Gottmadingen, la frontera alemana. Desde aquella memorable hora, el mundo seguirá un rumbo distinto.(...)

Millones de aniquiladores proyectiles se dispararon durante la guerra mundial (…) Pero ninguno de ellos tuvo mayor alcance, más decisiva intervención en el destino de la Historia, que ese tren que, transportando a los revolucionarios más peligrosos y más resueltos del siglo, corre velozmente ahora desde la frontera suiza a través de toda Alemania, facilitándoles su vuelta a Rusia, a Petrogrado, donde harán saltar y hacer añicos el orden establecido hasta entonces. (…)

Lo primero que hace Lenin al llegar al territorio ruso es muy propio de él: (…) se apresura ante todo a visitar las redacciones de algunos periódicos. (…) La de Pravda, para comprobar si (…) sabe mantener firmemente su punto de vista internacional. Indignado, rompe el ejemplar después de leerlo.
(…) Ha llegado a tiempo, a su modo de ver, para tomar la dirección del asunto y luchar por sus ideas hasta triunfar o ser derrotado. (…) Cuando el tren entra en agujas en una estación finlandesa, la inmensa plaza está llena de gente. Pueden contarse por millares los obreros; representaciones de todos los cuerpos armados esperan para rendir honores a los desterrados que vuelven a la patria. Resuena la «Internacional».

Y cuando Vladimir Ilich Ulianov desciende del tren, aquel hombre insignificante que hasta hace poco vivía en Suiza en casa de un zapatero remendón, es aplaudido por una ingente multitud y llevado en hombros hasta un automóvil blindado. Los reflectores instalados en las fachadas de las casas y en el castillo se concentran sobre él, y desde aquel coche blindado dirige su primer discurso al pueblo. Bulle animadamente el gentío por las calles. Ha comenzado el ciclo de "diez días que conmovieron al mundo”. El proyectil ha dado en el blanco, ha destruido un imperio y cambiado la faz del mundo.

VER TODAS LAS NOTAS DEL DÍA