Debate

La Revolución rusa y su influencia en José Carlos Mariátegui

“A Norte América sajona le toca coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de la América Latina es socialista.” José Carlos Mariátegui (1928)

Autor:JUAN LUIS HERNÁNDEZ

El propósito de este artículo es intentar una primera aproximación a la mirada de José Carlos Mariátegui sobre la Revolución rusa y sus derivas en la década del ‘20. Nuestra hipótesis es que su interpretación del proceso abierto en octubre de 1917 constituye un elemento de importancia a la hora de comprender la ruptura con Haya de la Torre en 1928 y las discusiones con el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista en la Conferencia de Buenos Aires, en 1929.

Mariátegui adquiere su formación política marxista durante una extensa estadía en Europa (1919 a 1923). En Italia es donde se forjaron los rasgos distintivos de su práctica teórica y política, siempre ajena al análisis exegético de textos canónicos, siempre abierta a la fusión de lo universal y lo específico mediante formulaciones propias. Para Mariátegui, el marxismo nunca fue un “itinerario” a recorrer fijado de antemano sino una “brújula” que guiaba el viaje, según su célebre formulación.

Mientras tanto, la Internacional Comunista (IC, también llamada Tercera Internacional o Komintern, por su sigla en ruso), fundada en 1919, lanzaba sus primeros pronunciamientos sobre el continente americano. En el “Llamamiento a la clase obrera de las dos Américas” (1921), postulaba la alianza revolucionaria de los obreros y campesinos contra el imperialismo norteamericano y las burguesías locales, la extensión continental de la revolución proletaria y la unidad con la Rusia de los Soviets (Löwy, 2007:81-87).

Crisis mundial y revolución proletaria

Apenas regresado de Europa Mariátegui impartió un curso sobre la “Historia de la Crisis Mundial” en Lima, en el cual abordó el análisis de la Revolución rusa. En una primera conferencia (julio de 1923) reconstruyó el recorrido del proceso revolucionario desde las jornadas de febrero hasta la Revolución de Octubre, concluyendo en la paz de Brest Litovsk. Centró su exposición en la situación de doble poder abierta por la revolución de febrero, entre el gobierno provisional presidido por Kerensky y los soviets. El triunfo de la insurrección de octubre fue posible al comprender las masas que la paz y la tierra solo podían ser conquistadas por un gobierno de los trabajadores, planteo agitado por los bolcheviques mediante la consigna todo el poder a los soviets (Mariátegui, 1923).

En una segunda conferencia (octubre de 1923), Mariátegui analizó las instituciones y el funcionamiento del régimen soviético. Detalla el agrupamiento de los soviets en congresos distritales, provinciales, regionales hasta llegar al congreso pan-ruso, el cual designaba un Comité Central Ejecutivo (CCE), del cual surgía el Consejo de Comisarios del Pueblo. Mariátegui remarca el carácter rotativo y revocable de los mandatos de los delegados al soviet, órganos ejecutivos y legislativos al mismo tiempo, típicos del régimen proletario, en contraposición al parlamento, característico del régimen democrático burgués1.

En 1925, Mariátegui publicó La escena contemporánea, un libro articulado alrededor de tres ejes: la “biología” del fascismo, la crisis de la democracia liberal y la Revolución rusa. En él traza la semblanza de Trotsky, Lunacharski y Zinoviev, a quienes destaca como dirigentes revolucionarios y por su capacidad intelectual. Trotsky “no es solo un protagonista sino también un filósofo, un historiador y un crítico de la Revolución”, que además de organizar el Ejército Rojo, se interesaba en la literatura y el arte. Sobre Lunacharsky pondera su capacidad para reorganizar la educación soviética, mientras a Zinoviev lo consideraba un discípulo de Lenin, gran polemista y agitador (Mariátegui, 1925).

A la lucha política desencadenada en Rusia Mariátegui le dedica tres artículos: “El partido bolchevique y Trotsky” (1925), “Trotsky y la oposición comunista” y “El exilio de Trotsky” (1928). El texto de 1925 se refiere a la discusión generada en 1923, cuando Trotsky reclamó un cambio de orientación de la política económica que restableciese el equilibrio entre los precios industriales y los agrícolas, y un régimen de democracia obrera al interior del partido. Mariátegui opinaba que la mayoría de la dirección bolchevique se unió para rechazar las posiciones de Trotsky, quien quedó rápidamente en minoría por su escasa experiencia como dirigente partidario. Esperaba que no se produjera un cisma, que la dirección rechazara los argumentos pero que aplicase algunas medidas correctivas (Mariátegui, sin fecha: 51-55).

En los artículos de 1928 el autor debe reconocer que los acontecimientos tomaron un curso distinto al que él esperaba. Para Mariátegui, Trotsky representaba en la política soviética “la ortodoxia marxista” y la continuidad del legado de Lenin, pero su radicalismo tenía dificultades para plasmarse en fórmulas concretas y precisas, en tanto Stalin y su equipo poseían un sentido más realista de las posibilidades de acción. Trotsky era “una figura excesiva” en el plano nacional, situación que se habría acentuado cuando, fruto del aislamiento de la revolución, su centro de gravedad se concentró en los problemas rusos: “Por ahora, a solas con sus problemas, Rusia prefiere hombres más simples y puramente rusos” (Mariátegui, sin fecha: 114-117).

Algunos han querido ver en estos textos una justificación del stalinismo, mientras para otros, como Löwy, su autor “mal puede esconder su pesar por la derrota de Trotski”. (Löwy, 2007: 19). Ambas apreciaciones lucen exageradas. En realidad, los artículos son ambiguos, reflejan la sorpresa que las noticias procedentes de Rusia despertaban en Sudamérica: su autor se preguntaba azorado si la Revolución estaba devorando a sus propios hijos (por el destierro de Trotski). Mariátegui subraya el carácter provisional de la coyuntura rusa, aproximándose en esto a la posición del propio Trotsky, para quien una de las causas del ascenso del estalinismo fue el aislamiento de la Revolución y el atraso de Rusia. Quizás Mariátegui con palabras distintas pretendiera decir algo similar.

El bienio decisivo

Desde su regreso a Lima en 1923, Mariátegui estuvo en contacto con Haya de la Torre y colaboró en la organización del APRA, pero a principios de 1928 se produjo la ruptura entre ambos. Exiliado en México, Haya se distanció del movimiento comunista y fundó a principios de 1928, el Partido Nacionalista Peruano, anunciando su intención de postularse como candidato presidencial en Perú.

Mariátegui y sus compañeros rechazaron en duros términos la conversión del frente antiimperialistaen partido político. En la “Carta Colectiva del Grupo de Lima” (10/07/1928) declararon que, como socialistas, podían participar de un frente único antiimperialista con elementos reformistas, socialdemócratas o nacionalistas, pero que de ninguna manera podían permanecer en el APRA si este era convertido en un partido, que suponía una “facción orgánica y doctrinariamente homogénea”. Reivindicaron el derechode los revolucionarios socialistas de conformar su propia organización política (García Rodríguez, Ramón, 2002: 24-30).

En septiembre de 1928 se consumó la ruptura con Haya de la Torre. En el editorial de la Revista Amauta, dirigida por Mariátegui, se proclamó el carácter socialista de la publicación. “En nuestra bandera, inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo”, agregando “La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase, de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista” (Mariátegui, sin fecha: 241).

Ese mismo mes se fundó el Partido Socialista Peruano (PSP). Sus militantes tenían contacto con la IC desde mediados de 1927, pero sin embargo mantenían serias discrepancias con el Secretariado Sudamericano (SS) en dos puntos centrales: la composición de la nueva organización, concebida como un partido “basado en las masas obreras y campesinas organizadas” y el nombre, ya que la IC exigía que los partidos que se incorporaran a ella se denominasen “Partido Comunista”.

En “Los principios programáticos del Partido Socialista Peruano” se enfatiza la ausencia en Perú de una burguesía nacional capaz de romper con el imperialismo, impulsar la industrialización nacional y terminar con la inserción dependiente del país en el mercado mundial. El texto define los dos ejes centrales de la estrategia partidaria:

En materia de política agraria, la vía al socialismo debía aprovechar tanto la subsistencia de las comunidades indígenas en la sierra como la existencia de grandes empresas agrícolas en la costa, para avanzar en la gestión colectiva de la agricultura. La explotación de la tierra por pequeños agricultores subsistiría solo en donde predominase la pequeña propiedad familiar, evitando reformas agrarias parcelarias.

“Sólo la acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la revolución democrático-burguesa, que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir”, deviniendo a continuación la concreción de los objetivos socialistas del proletariado (Mariátegui, sin fecha: 217/218).

En definitiva, las Bases Programáticas del PSP proclaman una concepción de la revolución como un proceso ininterrumpido, cuyas distintas fases solo pueden concretarse a partir de la acción de la clase obrera y los campesinos. Una vez más, basándose en el pronunciamiento de la IC de 1921, “A los obreros de las dos Américas”, los comunistas peruanos tomaban distancia de los planteos apristas. Pero en esta oportunidad, a este tipo de posiciones de alianza de clase con la burguesía la que se aproximaba –con otro discurso– era la mismísima IC, conforme las resoluciones aprobadas en su VI Congreso (julio de 1928).

La IC entendía que el capitalismo estaba entrando en una crisis histórica, en cuyo contexto se produciría una ofensiva del trabajo sobre el capital, creando las condiciones para un nuevo auge revolucionario. Pero la orientación del VI Congreso era contradictoria: a la estrategia de la “revolución por etapas” se le superpuso la táctica de “clase contra clase”, que implicaba no hacer ningún tipo de alianzas. Era una reacción sobreactuada ante la grave derrota en China (1927), al apoyar los comunistas al movimiento nacionalista Kuo Min Tang. Esta política sectaria de “clase contra clase” propició una nueva y terrible derrota en Alemania: los comunistas se negaron a entablar un frente único con los socialdemócratas, dividiendo a los trabajadores y permitiendo el ascenso del nazismo al poder.

En junio de 1929, el Secretariado Sudamericano (SS) de la IC organizó en Buenos Aires la primera Conferencia Comunista Latinoamericana2. El SS estaba controlado por Vittorio Codovilla, dirigente del Partido Comunista Argentino (PCA) tempranamente identificado con el stalinismo. El objetivo del cónclave era la homogenización del comunismo latinoamericano, dificultado por la lucha de facciones al interior de la IC, la heterogeneidad de los partidos del subcontinente, el incipiente nivel de muchas de las organizaciones.A la Conferencia asistieron dos delegados en representación de la dirección de la IC: Jules Humbert-Droz (“Luis”) representante del Comité Ejecutivo (bujarinista), y el “camarada Peter”, miembro de la Internacional Juvenil Comunista (stalinista) (Jeifets L., Jeifets V. y Huber, 2004).

Mariátegui no pudo concurrir al encuentro por razones de salud. La delegación peruana, compuesta por Julio Portocarrero y Hugo Pesce, presentó en la conferencia tres documentos.

Uno de ellos, “Punto de Vista antiimperialista” (Mariátegui, sin fecha: 187-200) fue intensamente debatido. El texto reconocía el carácter semicolonial de los países latinoamericanos, pero establecía una diferenciación entre Sudamérica y Centroamérica, avasallada esta última por continuas invasiones yankis, que no tenían paralelo en los países sudamericanos. Por tanto en éstos el nacionalismo no era un factor decisivo o fundamental. Concluía:

Somos antimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa (Mariátegui, sin fecha: 193).

Codovilla y otros participantes se encargaron de remarcar que la estrategia de la “revolución por etapas” constituía la viga maestra de la orientación definida para los países semicoloniales en el VI Congreso, por lo cual la impugnación de la política de alianzas con la burguesía y la constitución de un bloque policlasista como sujeto de la revolución agraria y antiimperialista, contenida en la tesis peruana, era sumamente incómoda. Además, los delegados del PSP insistieron en su concepción del partido: si las tres cuartas partes de las clases trabajadoras peruanas estaban constituidas por campesinos- indígenas, no podía haber dudas que el sujeto revolucionario debía ser un partido de obreros y campesinos. No era una simple controversia por el nombre del partido –como intentaron relativizar a posteriori desde el stalinismo– sino una discusión en torno a su construcción. Los peruanos no aceptaban las exigencias del SS, que pretendía la formación de secciones nacionales, homogenizadas conforme las 21 condiciones de admisión a la Internacional. Era una profunda diferencia sobre qué era el marxismo: si un método para interpretar y transformar la realidad, o la simple adhesión a un conjunto programático aplicado a los escenarios nacionales. A esto remite el famoso comentario atribuido a Codovilla, quien manifestó enfáticamente que no existía ninguna “realidad peruana”, Perú era un país semicolonial y atrasado, y para este tipo de países los comunistas ya tenían definida una estrategia. Exagerado o no, el comentario expresaba, desde lo metodológico, el meollo de la cuestión.

Conclusiones

En 1921, la Internacional Comunista llamó a los obreros y campesinos de “las dos Américas” a concretar una alianza revolucionaria contra el imperialismo norteamericano y las burguesías locales, para extenderla revolución proletaria y la unidad con la Rusia Soviética. En ese momento estaba muy cercana la memoria de la gran Revolución Mexicana, iniciada en 1910. En 1927, la derrota de la segunda revolución china marcó un punto de inflexión en la orientación de la IC respecto a los países coloniales y semicoloniales.La nueva perspectiva se impuso al año siguiente en el VI Congreso, en el que se definió una estrategia de alianza con la burguesía nacional, plasmada en la llamada “revolución por etapas”.

Estas discusiones fueron llegando a América Latina a través de canales formales e informales.Pero las concepciones de Mariátegui y sus compañeros, volcados en los documentos constitutivos de la organización partidaria peruana y en las ponencias que trajeron al encuentro comunista de Buenos Aires, en 1929, seguían los lineamientos del pronunciamiento de 1921 de la Internacional. Este fue el motivo fundamental del choque con los integrantes del Secretariado Sudamericano que, especialmente Codovilla, sostenían la orientación adoptada por la IC en 1928 y adhirieron, muy tempranamente, a la tendencia stalinista.

La muerte alcanzó a José Carlos Mariátegui en Lima, el 16 de abril de 1930. El Amauta no tuvo oportunidad de conocer los resultados teóricos y políticos más elaborados de quienes desde la “ortodoxia marxista” (como llamaba a Trotsky y la oposición de izquierda) cuestionaron el viraje de la Komintern3. Tampoco, por supuesto, la consolidación del stalinismo en la URSS y en el movimiento comunista internacional en la década del treinta, con todas las implicancias y consecuencias nefastas para la lucha revolucionaria de los trabajadores del mundo entero.

Hace cien años, los ecos de la gran Revolución de Octubre llegaron al continente americano. José Carlos Mariátegui –como Luis Emilio Recabarren, Julio Antonio Mella, Salvador de la Plaza, Farabundo Martí y tantos otros, asumiendo la exigencia de la hora, lucharon por encender la llama de la revolución socialista en nuestras tierras.

Bibliografía

Lowy, Michael. El marxismo en América Latina. Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, LOM, 2007.
García Rodríguez, Ramón. Mariátegui-Haya. Materiales de un debate, Perú Integral, 2002.
Jeifets, Lazar; Jeifets, Víctor y Huber, Meter. La Internacional Comunista y América Latina, 1919-1943. Diccionario Biográfico, Instituto Latinoamericano de la Academia de las Ciencias (Moscú) e Institut pour l’historie du communisme (Ginebra), 2004.
Mariátegui, José Carlos. “Historia de la crisis mundial”, Lima, 1923, en Obras Completas de José Carlos Mariátegui. Disponible en www.marxists.org.
Mariátegui, José Carlos. Obras, La Habana, Casa de las Américas, sin fecha. Tomo II.
Mariátegui, José Carlos. La escena contemporánea,Lima, Amauta, 1959 (1925).
Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista. El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, Buenos Aires, Correspondencia Sudamericana, 1929.

El texto completo de esta conferencia se ha perdido, solo se conservan las notas del autor.
Se conservan las actas de la Conferencia, volcadas en un volumen editado por el Secretariado Sudamericano (El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, 1929).
Mariátegui no pudo conocer dos obras centrales de León Trotsky: La Revolución Permanente se publicó por primera vez en Berlín, en junio de 1930, y su primera traducción al castellano, de Andreu Nin, es de 1931 y la Historia de la Revolución rusa, publicada en 1932.

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