Arte y revolución

La Literatura Rusa y la revolución de Octubre

Este es el primero de una serie de artículos que darán cuenta de los avances logrados en el terreno de la literatura y el arte en el período de mayor explosión creativa motorizada por el enorme impulso que le dio la revolución rusa.

Por Jazmín Jimenez

A lo largo de la historia de la literatura rusa se sucedieron una serie de tendencias. Cada una de estas contenía una concepción de la sociedad e imprimió su sello sobre temas, contenidos, selección de ambientes, caracteres de los personajes, etc. Cada época, cada clase y sus sentimientos encuentran su expresión en el arte.
El siglo XIX es conocido tradicionalmente como “El Siglo de Oro” de la literatura rusa. Tanto la poesía como la prosa llegaron a su apogeo. A principios de siglo la corriente principal de la literatura rusa era el Romanticismo, aunque más tarde sería el Realismo literario el que alcanzaría mayor importancia. La vida literaria de la primera mitad del siglo XIX era muy animada y variada. La sociedad rusa de la época estaba profundamente influida por las guerras napoleónicas y la victoria de Rusia en la guerra de 1812. Las amplias capas de la población experimentaban el auge del patriotismo y se interesaban por las ideas de la revolución francesa. De esta época son escritores como Aleksandr Pushkin, Mijaíl Lérmontov, Nikolái Gógol, Lev Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Antón Chéjov, Vissarion Belinsky entre otros. Durante la edad de oro el estilo artístico predominante fue el realismo. Fue un estilo para la nobleza. Luego, arribó el período de temas de tendencia, en la época en que una obra era juzgada en primer lugar por las intenciones sociales del autor, coincide con el período en que la intelligentsia, en su despertar, se abría paso hacia la actividad social y trataba de vincularse al pueblo en su lucha contra el antiguo régimen.

La escuela decadente y el simbolismo que nacieron en oposición al realismo, entonces imperante, corresponden al período en que la intelligentsia, separada del pueblo, idolatrando sus propias experiencias y sometiéndose de hecho a la burguesía, se negaba a disolverse psicológica y estéticamente en la burguesía. Por último el futurismo, de antes de la guerra, fue un intento por liberarse en el plano individual de la postración del simbolismo y por hallar un punto de apoyo personal en las realizaciones impersonales de la cultura material. Todas estas tendencias en cierta forma reflejaron, con mejor o peor suerte, el contexto histórico en el que se desarrollaron y a la vez intentaron intervenir en él desde el arte.
Por otra parte, tenemos la cuestión de la forma que cada una de estas tendencias adoptó. Hasta cierto punto la forma se desarrolla conforme a sus propias leyes, como cualquier otra técnica. Cada nueva escuela literaria procede de todo el desarrollo anterior, de la técnica ya existente, de las palabras y de los colores, y se aleja de los márgenes conocidos para aventurarse en nuevos viajes y nuevas conquistas. Trotsky en Literatura y revolución plantea que “La evolución es dialéctica: la tendencia artística nueva niega la precedente. Porque evidentemente, ciertos sentimientos y ciertos pensamientos se encuentran oprimidos en el marco de los viejos métodos.” La bandera de la revuelta se levanta contra lo “viejo” en su conjunto, en nombre de ciertos elementos susceptibles de ser desarrollados. Cada escuela literaria se halla contenida, en potencia, en el pasado, y cada una se desarrolla mediante una ruptura hostil con el pasado. La relación recíproca entre la forma y el contenido, está determinada por la nueva forma, descubierta, proclamada y desarrollada bajo la presión de una necesidad interior, de una exigencia psicológica colectiva que, como toda la psicología humana, tiene raíces sociales. De ahí la dualidad de toda tendencia literaria; añade algo a la técnica artística, haciendo crecer o decrecer el nivel general del oficio artístico; por otra parte, bajo su forma histórica concreta, expresa exigencias definidas que en último análisis son exigencias de clase.
El simbolismo ruso se sirvió del símbolo para objetivos sociales muy determinados. La escuela decadente que precedió al simbolismo buscaba una solución a todos los problemas artísticos en el plano de las experiencias de la personalidad: sexo, muerte, etc. De ahí se derivó, no sin un impulso social, la necesidad de hallar una sanción más adecuada a las exigencias, sentimientos y humores, a fin de enriquecerlos y elevarlos a un plano superior. El simbolismo que hizo de la imagen, además de un método artístico, un símbolo de fe, fue para la intelligentsia el puente artístico que conducía al misticismo. En tal sentido -en modo alguno formal y abstracto, sino concretamente social-, el simbolismo no fue sólo una técnica artística: expresaba la huida ante la realidad mediante la construcción de un más allá, mediante la complacencia de un mundo de ensueños autosuficiente, contemplativo y pasivo.

Por otro lado tenemos el realismo. El realismo ha dado, en diferentes épocas, expresión a los sentimientos y necesidades de distintos grupos sociales con medios totalmente diferentes. Cada escuela realista exige una definición literaria y social distinta, una estima literaria y formal distinta. Pero qué tienen en común. Un interés concreto por todo cuanto concierne al mundo, a la vida tal cual es. Lejos de huir de la realidad, la aceptan en su estabilidad concreta o en su capacidad de transformación. Se esfuerzan por pintar la vida tal cual es o por hacerla cima de la creación artística, bien para justificarla o condenarla, bien para fotografiarla, generalizarla o simbolizarla. Pero siempre el objetivo es la vida en nuestras tres dimensiones, como materia suficiente y de valor inestimable.
La Revolución de Octubre le proporcionó un ímpetu enorme a la creación artística, especialmente en las esferas de las artes visuales, la poesía, y el cine. Basta mencionar los nombres de Malevich, Mayakovsky, Tatlin, Eisenstein, Vertov, Rodchenko, Popova, Stepanova, El Lissitsky, Meyerhold, Babel para evocar todo un universo artístico. El impulso cultural que la revolución ocasionó fue reconocido, aunque de mala gana, aún por sus oponentes políticos más honestos.
En la próxima entrega analizaremos cómo se desarrollaron las distintas disciplinas artísticas y estilos al calor de la revolución.

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