Debate

El arte de la revolución

Tanto en la Antigüedad, como en el Feudalismo, la religión fue la fuente de alimentación del arte. En la sociedad burguesa el hombre desplazó a Dios y pasó a ser el centro del arte, las pasiones individuales fueron llevadas a tal tensión que quedaron suspendidas por encima del hombre y se convirtieron en una especie de destino. La tragedia es la forma monumental del arte literario. Pero, en esta nueva época, que abre la revolución, la tragedia de las pasiones personales exclusivamente es demasiado insípida. Porque es en una época de pasiones sociales. La tragedia de la época abierta por la revolución se pone de manifiesto en el conflicto entre el individuo y la colectividad, o en el conflicto entre dos colectividades hostiles en el seno de una misma personalidad. Es nuevamente el tiempo de los grandes fines. La grandeza de esta época reside en el esfuerzo del hombre por liberarse de las nebulosas místicas o ideológicas con objeto de construir la sociedad y a sí mismo conforme a un plan elaborado por él. Evidentemente es una lucha más grandiosa que el juego de niños de los antiguos, que convenía mejor a su época infantil, o que los delirios de los monjes medievales, o que la arrogancia individualista que separa al individuo de la colectividad. La tragedia es una expresión elevada de la literatura porque implica la tenacidad heroica de los esfuerzos, la determinación de los objetivos, conflictos y pasiones.
Trotsky les dice a los escritores que la poesía de la revolución es una poesía global, y que ésta se encuentra en la lucha de la clase obrera, en su crecimiento, en su perseverancia, en sus defectos, en sus reiterados esfuerzos, en el gasto cruel de energía que cuesta la conquista más pequeña, en la voluntad y la intensidad creciente de la lucha, en el triunfo tanto como en los retrocesos calculados, en su vigilancia y en sus asaltos, en la ola de la rebelión de masas tanto como en la cuidadosa estimación de las fuerzas y una estrategia que hace pensar en el juego de ajedrez. “La revolución comenzó con la primera carretilla en la que los esclavos resentidos expulsaron a su contramaestre, con la primera huelga en la que se negaron a prestar sus brazos a su dueño, con el primer círculo clandestino en el que el fanatismo utópico y el idealismo revolucionario se alimentaron de la realidad de las llagas sociales. Avanzó y se retiró oscilando al ritmo de la situación económica, con sus momentos de expansión y sus crisis. Con unos cuerpos ensangrentados como escudo, entró en la palestra de legalidad concebida por los explotadores, instaló sus antenas y, cuando fue preciso, las camufló. Formó sindicatos, sociedades de seguros y círculos educativos. Penetró en los parlamentos hostiles, fundó periódicos, fomentó la agitación y a la vez seleccionó infatigablemente los mejores elementos, los más valientes y fieles, de la clase obrera, y formó su propio partido. Las huelgas acababan, con frecuencia, en derrotas más que en victorias a medias; las manifestaciones estaban marcadas por nuevas víctimas y por más derramamiento de sangre, pero todo esto dejaba huellas en la memoria de la clase, reforzada y templaba la unión de los mejores, del partido de la revolución.” Para Trotsky, del seno mismo de la revolución nació el método materialista que permite a cada uno sopesar las fuerzas, prever los cambios y dirigir los acontecimientos. Y ese, es para él, el mayor logro de la revolución y en él reside su poesía más alta. Porque es el que permite entender la dinámica de la revolución, pensar su geometría política. La previsión histórica no puede pretenderse, evidentemente, con precisión matemática, algunas veces se exagera y otras se subestima. “Pero la voluntad creciente de la vanguardia es un factor cada vez más decisivo en los acontecimientos que preparan el futuro (...) Teniendo en cuenta todas las demás condiciones necesarias, sólo será el poeta de la revolución quien aprenda a captarla en su totalidad, a comprender sus derrotas como pasos hacia la victoria, a penetrar en la necesidad de sus retiradas, y quien sea capaz de ver en la intensa preparación de sus fuerzas durante la marea baja el patetismo y la poesía subyacentes en la revolución.”
Los grandes objetivos deben residir en la conciencia de un pueblo o de su clase dirigente para hacer brotar el heroísmo, crear el terreno donde nazcan los grandes sentimientos inspiradores de la tragedia. Trotsky explica que la guerra zarista, cuyos objetivos eran extraños a la conciencia del pueblo, dio sólo lugar a versos de pacotilla, a una poesía individualista decadente, incapaz de elevarse hasta la objetividad y de formar un arte grandioso. Las escuelas decadente y simbolista, con todas sus ramificaciones, eran desde el punto de vista de la ascensión histórica del arte como forma social, garabatos, ejercicios, vagos acordes de instrumentos. Luego de la revolución se podían lograr grandes objetivos por medio del arte, a pesar de que era difícil prever si el arte revolucionario tendría tiempo para producir una “gran” tragedia revolucionaria. Sin embargo, aspiraban a que el arte socialista renovará la tragedia, y por supuesto, sin Dios. El arte nuevo sería un arte ateo. Volvería a dar vida a la comedia, porque el hombre nuevo querría reír. Le daría una vida nueva a la novela. Concedería todos sus derechos al lirismo, porque el hombre nuevo amaría mejor y con más fuerza que los antiguos, y también pensaría sobre el nacimiento y la muerte. El arte nuevo reviviría todas las formas que han surgido en el curso del desarrollo del arte. Basta con que el poeta de la nueva época piense de nuevo sobre los problemas de la humanidad y sienta otra vez sus sentimientos.

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